ESCRITOS SOBRE RECUERDOS VIVIDOS EN UN VILLA CRESPO AÑEJO
Por Eduardo Horacio Bolan
“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierras de
Castilla (…), nos dice Antonio Machado
(1875-1939) en su poema “Retrato”(incluído en el poemario “Campos de Castilla”, 1906).
Nosotros aquí, en este barrio, también hemos tenido grandes autores literarios y poetas que escribieron sobre este terruño llamado Villa Crespo. Por antonomasia, en quien pensamos primero, es Leopoldo Marechal (1900-1970). Describe lugares, personajes, situaciones; nos hace latir esos momentos que vivió Adán Buenosayres (novela publicada en 1948).
En el Teatro
Otro artífice literario capaz de hacernos estremecer y de llevar a todos los rincones el nombre de este Barrio es el autor teatral, dramaturgo, comediógrafo, poeta y gran amigo de Carlos Gardel, don Alberto Vacarezza (1886-1959). Para los villacrespenses, “El Conventillo de la Paloma”, es su obra teatral por excelencia. Es un sainete que se desarrolla en un acto y tres cuadros, fue estrenado el 5 de abril de 1929 en el Teatro Nacional por la compañía de Pascual Carcavallo. Allí describe brevemente en el cuadro primero el ambiente, adaptado a la obra teatral, de ese “Conventillo Nacional” que disponía de dos entradas, una por Serrano 148 y la otra por la calle Thames 152: “Pintoresco patio de un conventillo en Villa Crespo. Dos puertas practicables en cada lateral y tres en el foro. La del centro da a la calle. Entre los laterales y el foro, espacios libres que dan acceso a los otros patios.”
Es a uno de sus principales personajes, llamado “Villa Crespo”, que le hace decir: “¡Villa Crespo!... Barrio reo, el de las calles estrechas y las casitas mal hechas que eras lindo por lo feo (…) Ya no sos lo que antes eras Villa Crespo de mis sueños, otras leyes y otros dueños te ensancharon las veredas (…) Ah, Villa Crespo querida, de mi recuerdo inocente ¡cómo se cambia la gente! ¡cómo se pianta la vida! (…)”
En la poesía de un tanguero
En este muy breve e incompleto repaso por los grandes autores que nos hacen mirar por medio de sus ojos al Barrio, el “Negro Cele”, Celedonio Esteban Flores (1896-1947), letrista del arrabal, autor de más de veinte tangos cantados por Carlos Gardel, nos dice en su poema lunfardo precisamente titulado “Villa Crespo”: “Barrio piringundín, barrio malevo, donde aprendí a marcar la vida maula en mis días papusos de purrete (…) Barrio de contras bravas, tus hazañas que rubricaron fieras puñaladas (…)! En un primer momento, quizá, los poetas ya encumbrados creyeron que era más poético tratar a este barrio como reo, malevo, donde no faltaban puñaladas. Si fue así, la transformación se dio muy pronto con la incorporación de trabajadores y sus familias. Sigamos con Antonio Machado y su “Retrato”: “(…) mi verso brota de manantial sereno; (…) soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. “
En el recuerdo de un vecino
Es por eso que quiero rendir un homenaje a un Hombre (así con mayúscula) sereno, bueno pero al mismo tiempo firme en sus convicciones y en su accionar. Narciso Nicolás De Filpo (1920–2015), de él se trata, tuvo un muy buen ejemplo de vida en su familia y en especial de su padre, Narciso Nicolás De Firpo (sí, son homónimos).
Ambos descollaron en la actividad social y cultural del barrio colaborando desinteresadamente en numerosas Instituciones del barrio. Nicolás De Filpo (h), como gustaba que le llamaran, o simplemente Nicolás, suplo plasmar en un escrito su visión, su amor a ese Villa Crespo de la década del ´20 (del siglo pasado, del XX) en unas líneas donde nos brinda ese ambiente de amistad, de familia, donde los problemas no faltaban pero todo se hacía y se expresaba con dignidad.
Nicolás nos muestra su profundo amor por el barrio que lo vio nacer, justo enfrente de la primer sede (Malabia 233) de la actual “Liga Argentina Médica Asistencial de Villa Crespo” por aquel entonces denominada “Liga Argentina contra la Tuberculosis – Comisión Villa Crespo”.
De esas líneas que originalmente se publicaran en el libro “Un vuelo de palabras en la Biblioteca Popular Alberdi – Antología” (2013) podemos extraer párrafos bien ilustrativos, casi fotográficos: Recuerdos de mi infancia en Villa Crespo, por Nicolás De Filpo:
"Quiero evocar en estas líneas, la casa que me vio nacer: Malabia 234 de Villa Crespo, que para mí siempre fue “mi pueblo” querido. Habitaba esta casa, muy grande a mi parecer, aunque para mis mayores -tal vez- no lo fuera tanto, con mis padres, abuelos paternos y mis tíos.
De mi abuelo guardo un eterno recuerdo, hombre de campo, resero en su mocedad en las sabanas patagónicas y pampa bonaerense. Mi abuelo, hombre bondadoso, desinteresado y amigo a carta cabal, nos daba lecciones de ética, humildad, honradez, aprendidas en la “Universidad de la Vida”.
Mi abuela, amorosa, cariñosa, respaldo de sus nietos en los “momentos difíciles” de nuestra niñez, era la encargada de cuidar las plantas del patio grande, que en grandes macetones, guardaban, jazmines, rosales y los infaltables malvones de todos colores que, en perfume, regalaban a la “Pacha” (así le decíamos a la abuela por la Pacha Mama) por los cuidados que le dedicaba.
Era mi deber, junto con mi hermanita y primos, ayudar en el cuidado del “hogar de las aves” -gallinas, pavos, pájaros, también conejos, peces, el mono tití, que pasaba todo el día haciendo diabluras en la higuera, que hacía por su corpulencia el resguardo de las aves-.
Mi madre, dulce y cariñosa; a pedido siempre del abuelo, le cebaba sus amargos en su viejo mate galleta y le hacia las rosquitas que tanto le gustaban junto con los borrachitos untados con miel. Tía Rosa tenía que contarme una canción campera, “El zorzal”, para que me durmiera.
La tía Sara nos deleitaba tocando el piano y haciendo los antes famosos “crispitelli” bañados con miel. Llegada la tarde y anocheciendo ya, un señor a quién nosotros le llamábamos “El Velero”, encendía con un palo largo y mechero el farol que estaba junto a la puerta de calle para el paso del gas carburado. Se encontraba en la puerta (marco) de nuestra casa.
Al tiempo, siendo pequeño, se instaló en el centro de la cuadra un farol con luz eléctrica. A todos los vecinos les pareció que el sol no se había ocultado. Dado el acontecimiento, se realizó un baile popular.
Mi padre, alegre y bonachón, hacía con mi madre, adorable y querida por todos, una pareja ideal. Se dedicaba, aparte del comercio, al periodismo y gustaba de incursiones en el teatro, que era su pasión, interpretando obras de Calderón de la Barca, Laferrere, Belisario Roldán, entre otros reconocidos autores.
En suma y pasado el tiempo, pude darme cuenta que era una casa feliz y que impartía felicidad a todo aquel que la visitara. Así pude conocer a personalidades del barrio como ser al profesor Julio Fagione, Director del Colegio Buenos Aires que luego fuera mi profesor en el ingreso al magisterio; al profesor D´agostino, Director del Conservatorio “Odeón”, a Don Alberto Vaccarezza, conocido autor teatral; al reconocido editor Gleizer, cuyo hijo Sam, fuera compañero en la primaria y otros más, que mientras mateaban o tomaban café discutían sobre temas que yo no entendía, pero sí recuerdo el tema de una de las exposiciones: “El origen del hombre”.
Otro caso que es muy digno recordar, se relaciona con la vigilancia no solo del barrio, sino de las casas en particular. El policía, a quien correspondía la custodia del área donde se encontraba nuestra casa, era un sargento cuyo nombre lamento no recordar. Una persona amable, locuaz y bonachón con todos, sobre todo con los niños. Tenía, por costumbre u obligación, no sé, de constatar después de la ronda de las 24 horas, la cual consistía en anunciar con su silbato, como así también todos los agentes que correspondían al tercio nocturno, que cada uno estaba en su puesto, como queriendo significar que cada agente cumplía con su tarea en el lugar asignado.
Luego se hacía la revisión de las puertas de las casa para comprobar si estaban bien cerradas, si no lo estaba, llamaban por el “llamador” a su dueño y se lo comunicaban. En los tercios de mañana o tarde, el sargento de marras, hacía la gloria de todos los chicos de la cuadra, paseándonos con su caballo “alazán tostado” como él lo llamaba por su pelaje y, nosotros agradecidos por los paseos diarios, le comprábamos entre todos, un fardo de alfalfa y maíz, que este buen hombre contento agradecía. Este era nuestro humilde regalo al noble flete. Y para el querido sargento siempre teníamos preparada una “milanesa o un estofado” para obsequiársela a la hora señalada (las 11 horas).
Una semblanza y un recuerdo para ese hombre que, montado en su alazán dorado con su uniforme y casco prusiano, parecía un guerrero de épocas muy lejanas.”
Hasta aquí esta impresión que nos regalara Nicolás. Los recuerdos vividos, que hace mención el título de este artículo, desempeñan un rol fundamental en la memoria colectiva, en la valoración del pasado reciente y es por ese motivo que deben hacerse conocer y que aquí quedan plasmados.
Nicolás De Filpo nos dejó físicamente el 8 de marzo de 2015 pero su impronta en el Barrio aún se mantiene y esto es algo que debe destacarse y contarse.
Nosotros aquí, en este barrio, también hemos tenido grandes autores literarios y poetas que escribieron sobre este terruño llamado Villa Crespo. Por antonomasia, en quien pensamos primero, es Leopoldo Marechal (1900-1970). Describe lugares, personajes, situaciones; nos hace latir esos momentos que vivió Adán Buenosayres (novela publicada en 1948).
En el Teatro
Otro artífice literario capaz de hacernos estremecer y de llevar a todos los rincones el nombre de este Barrio es el autor teatral, dramaturgo, comediógrafo, poeta y gran amigo de Carlos Gardel, don Alberto Vacarezza (1886-1959). Para los villacrespenses, “El Conventillo de la Paloma”, es su obra teatral por excelencia. Es un sainete que se desarrolla en un acto y tres cuadros, fue estrenado el 5 de abril de 1929 en el Teatro Nacional por la compañía de Pascual Carcavallo. Allí describe brevemente en el cuadro primero el ambiente, adaptado a la obra teatral, de ese “Conventillo Nacional” que disponía de dos entradas, una por Serrano 148 y la otra por la calle Thames 152: “Pintoresco patio de un conventillo en Villa Crespo. Dos puertas practicables en cada lateral y tres en el foro. La del centro da a la calle. Entre los laterales y el foro, espacios libres que dan acceso a los otros patios.”
Es a uno de sus principales personajes, llamado “Villa Crespo”, que le hace decir: “¡Villa Crespo!... Barrio reo, el de las calles estrechas y las casitas mal hechas que eras lindo por lo feo (…) Ya no sos lo que antes eras Villa Crespo de mis sueños, otras leyes y otros dueños te ensancharon las veredas (…) Ah, Villa Crespo querida, de mi recuerdo inocente ¡cómo se cambia la gente! ¡cómo se pianta la vida! (…)”
En la poesía de un tanguero
En este muy breve e incompleto repaso por los grandes autores que nos hacen mirar por medio de sus ojos al Barrio, el “Negro Cele”, Celedonio Esteban Flores (1896-1947), letrista del arrabal, autor de más de veinte tangos cantados por Carlos Gardel, nos dice en su poema lunfardo precisamente titulado “Villa Crespo”: “Barrio piringundín, barrio malevo, donde aprendí a marcar la vida maula en mis días papusos de purrete (…) Barrio de contras bravas, tus hazañas que rubricaron fieras puñaladas (…)! En un primer momento, quizá, los poetas ya encumbrados creyeron que era más poético tratar a este barrio como reo, malevo, donde no faltaban puñaladas. Si fue así, la transformación se dio muy pronto con la incorporación de trabajadores y sus familias. Sigamos con Antonio Machado y su “Retrato”: “(…) mi verso brota de manantial sereno; (…) soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. “
En el recuerdo de un vecino
Es por eso que quiero rendir un homenaje a un Hombre (así con mayúscula) sereno, bueno pero al mismo tiempo firme en sus convicciones y en su accionar. Narciso Nicolás De Filpo (1920–2015), de él se trata, tuvo un muy buen ejemplo de vida en su familia y en especial de su padre, Narciso Nicolás De Firpo (sí, son homónimos).
Ambos descollaron en la actividad social y cultural del barrio colaborando desinteresadamente en numerosas Instituciones del barrio. Nicolás De Filpo (h), como gustaba que le llamaran, o simplemente Nicolás, suplo plasmar en un escrito su visión, su amor a ese Villa Crespo de la década del ´20 (del siglo pasado, del XX) en unas líneas donde nos brinda ese ambiente de amistad, de familia, donde los problemas no faltaban pero todo se hacía y se expresaba con dignidad.
Nicolás nos muestra su profundo amor por el barrio que lo vio nacer, justo enfrente de la primer sede (Malabia 233) de la actual “Liga Argentina Médica Asistencial de Villa Crespo” por aquel entonces denominada “Liga Argentina contra la Tuberculosis – Comisión Villa Crespo”.
De esas líneas que originalmente se publicaran en el libro “Un vuelo de palabras en la Biblioteca Popular Alberdi – Antología” (2013) podemos extraer párrafos bien ilustrativos, casi fotográficos: Recuerdos de mi infancia en Villa Crespo, por Nicolás De Filpo:
"Quiero evocar en estas líneas, la casa que me vio nacer: Malabia 234 de Villa Crespo, que para mí siempre fue “mi pueblo” querido. Habitaba esta casa, muy grande a mi parecer, aunque para mis mayores -tal vez- no lo fuera tanto, con mis padres, abuelos paternos y mis tíos.
De mi abuelo guardo un eterno recuerdo, hombre de campo, resero en su mocedad en las sabanas patagónicas y pampa bonaerense. Mi abuelo, hombre bondadoso, desinteresado y amigo a carta cabal, nos daba lecciones de ética, humildad, honradez, aprendidas en la “Universidad de la Vida”.
Mi abuela, amorosa, cariñosa, respaldo de sus nietos en los “momentos difíciles” de nuestra niñez, era la encargada de cuidar las plantas del patio grande, que en grandes macetones, guardaban, jazmines, rosales y los infaltables malvones de todos colores que, en perfume, regalaban a la “Pacha” (así le decíamos a la abuela por la Pacha Mama) por los cuidados que le dedicaba.
Era mi deber, junto con mi hermanita y primos, ayudar en el cuidado del “hogar de las aves” -gallinas, pavos, pájaros, también conejos, peces, el mono tití, que pasaba todo el día haciendo diabluras en la higuera, que hacía por su corpulencia el resguardo de las aves-.
Mi madre, dulce y cariñosa; a pedido siempre del abuelo, le cebaba sus amargos en su viejo mate galleta y le hacia las rosquitas que tanto le gustaban junto con los borrachitos untados con miel. Tía Rosa tenía que contarme una canción campera, “El zorzal”, para que me durmiera.
La tía Sara nos deleitaba tocando el piano y haciendo los antes famosos “crispitelli” bañados con miel. Llegada la tarde y anocheciendo ya, un señor a quién nosotros le llamábamos “El Velero”, encendía con un palo largo y mechero el farol que estaba junto a la puerta de calle para el paso del gas carburado. Se encontraba en la puerta (marco) de nuestra casa.
Al tiempo, siendo pequeño, se instaló en el centro de la cuadra un farol con luz eléctrica. A todos los vecinos les pareció que el sol no se había ocultado. Dado el acontecimiento, se realizó un baile popular.
Mi padre, alegre y bonachón, hacía con mi madre, adorable y querida por todos, una pareja ideal. Se dedicaba, aparte del comercio, al periodismo y gustaba de incursiones en el teatro, que era su pasión, interpretando obras de Calderón de la Barca, Laferrere, Belisario Roldán, entre otros reconocidos autores.
En suma y pasado el tiempo, pude darme cuenta que era una casa feliz y que impartía felicidad a todo aquel que la visitara. Así pude conocer a personalidades del barrio como ser al profesor Julio Fagione, Director del Colegio Buenos Aires que luego fuera mi profesor en el ingreso al magisterio; al profesor D´agostino, Director del Conservatorio “Odeón”, a Don Alberto Vaccarezza, conocido autor teatral; al reconocido editor Gleizer, cuyo hijo Sam, fuera compañero en la primaria y otros más, que mientras mateaban o tomaban café discutían sobre temas que yo no entendía, pero sí recuerdo el tema de una de las exposiciones: “El origen del hombre”.
Otro caso que es muy digno recordar, se relaciona con la vigilancia no solo del barrio, sino de las casas en particular. El policía, a quien correspondía la custodia del área donde se encontraba nuestra casa, era un sargento cuyo nombre lamento no recordar. Una persona amable, locuaz y bonachón con todos, sobre todo con los niños. Tenía, por costumbre u obligación, no sé, de constatar después de la ronda de las 24 horas, la cual consistía en anunciar con su silbato, como así también todos los agentes que correspondían al tercio nocturno, que cada uno estaba en su puesto, como queriendo significar que cada agente cumplía con su tarea en el lugar asignado.
Luego se hacía la revisión de las puertas de las casa para comprobar si estaban bien cerradas, si no lo estaba, llamaban por el “llamador” a su dueño y se lo comunicaban. En los tercios de mañana o tarde, el sargento de marras, hacía la gloria de todos los chicos de la cuadra, paseándonos con su caballo “alazán tostado” como él lo llamaba por su pelaje y, nosotros agradecidos por los paseos diarios, le comprábamos entre todos, un fardo de alfalfa y maíz, que este buen hombre contento agradecía. Este era nuestro humilde regalo al noble flete. Y para el querido sargento siempre teníamos preparada una “milanesa o un estofado” para obsequiársela a la hora señalada (las 11 horas).
Una semblanza y un recuerdo para ese hombre que, montado en su alazán dorado con su uniforme y casco prusiano, parecía un guerrero de épocas muy lejanas.”
Hasta aquí esta impresión que nos regalara Nicolás. Los recuerdos vividos, que hace mención el título de este artículo, desempeñan un rol fundamental en la memoria colectiva, en la valoración del pasado reciente y es por ese motivo que deben hacerse conocer y que aquí quedan plasmados.
Nicolás De Filpo nos dejó físicamente el 8 de marzo de 2015 pero su impronta en el Barrio aún se mantiene y esto es algo que debe destacarse y contarse.
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