sábado, 9 de abril de 2022

UNA ESQUINA EN JUAN B. JUSTO Y CORRIENTES

 UNA ESQUINA EN JUAN B. JUSTO Y CORRIENTES

 Por Eduardo Horacio Bolan

Conversar con vecinos sobre el barrio es visualizar lugares y situaciones a través del tiempo. Es como armar un rompecabezas.

 

Un sentimiento

En el año 2021, en el segundo año de la pandemia, Carlos Levín, poeta y gran conocedor del barrio de Villa Crespo, me presenta a Ricardo Figueroa, vecino con fuerte raigambre villacrespense.

Muchos son los temas tratados en las conversaciones con Figueroa sobre ese terruño llamado barrio: aquellos años del ´60 y ´70 donde la niñez y la juventud todo lo podían, van surgiendo los negocios comerciales (la mayoría ya no están), las veredas, los colectivos, la ropa y la moda de entonces, Atlanta con sus equipos de básquetbol y fútbol y, por supuesto, los cafés.

Todos son lugares entrañables que siempre están presentes aunque ya no estén, aunque los busquemos en los sitios donde antes los encontrábamos. También están las personas, aunque no estén. Inolvidables anécdotas vividas o escuchadas que no nos cansamos de relatar y que son el hastío de las nuevas generaciones, que ya tienen sus propias vivencias y dicen que son diferentes, aunque sin duda, en lo trascendental, son semejantes e incluso iguales.

 

Reducto porteño

Los Cafés de Buenos Aires y ¡los cafés de los barrios! A algunos los renombraron con el agregado de  “Café Notable”, otros quedaron en el olvido pero a la mayoría se los recuerda y se le rinde homenaje, al menos en la memoria colectiva.

En una de esas charlas con Figueroa, tratando las décadas mencionadas, famosas por los vivos colores de las vestimentas, las galerías y la música de Los Beatles, emerge un recuerdo. De pronto Ricardo dice “…y el Café El Copetín

A mí me “sonaba” ese nombre y de pronto lo recordé, lo había leído en el libro “Historia de Villa Crespo” (1978) de Cayetano Francavilla.

Me interesó, mucho más porque había ocupado la esquina que hoy se encuentra, digamos, vallada y abandonada y que hasta hace varios años atrás funcionaba una estación de servicio. La alarma por un derrame de nafta hizo que se cerrara. Sin duda, cuando pase su debido tiempo, será el destino de una nueva construcción que mejorará la zona.

Ya en esas décadas de la segunda mitad del siglo XX los cafés habían dejado de ser espacios frecuentados solo por hombres. Las parejas de novios iban ganando su lugar y nadie, en su sano juicio, se escandalizaba por ver a una mujer sola en un Café, aunque algunos por creerse así más hombres la molestaba. Hasta muchos muchachos se animaban a consumir gaseosas. Había lugares especiales dentro de los locales, eran los llamados Reservados. Estos sectores daban el aspecto de mayor privacidad, mayor intimidad, apartados un poco del resto por estructuras de poco espesor y de metro y medio de altura.

El Bar, el Café, sitio donde esperar, pasar el rato, tomar un café o un “traguito”, mirar por la ventana, leer un libro, lugar ideal para comenzar o seguir conversaciones, y, por qué no, masticar melancolías. También como para sentirse “como en familia”.

 

“El Copetín”

Ricardo Figueroa recuerda con simpatía esa esquina de Corrientes y Juan B. Justo tan querida y grata para sus recuerdos. Vuelve el tiempo atrás por magia de las remembranzas.

La salida de la escuela junto a su hermana, caminar por la vereda de numeración impar de Av. Corrientes. Al 5749 está “El Porteñito” compra-venta de muebles antiguos, al lado el negocio “La Rosa” y llegando a la esquina, en el 5793 de Corrientes, se halla “El Copetín”. Allí saluda a Canaro que está en la vereda en su kiosco de diarios y revistas, a veces acompañado de su hija Adela. Canaro, siempre tan amable, y que para Ricardo es parte de esa esquina.

A la vuelta, sobre Juan B. Justo, como yendo a la calle Villarroel, se encuentra el surtidor de nafta YPF, está en la vereda y es atendido por papá Ricardo (sí, padre e hijo de igual nombre). Cuando tiene tiempo consume un cafecito en El Copetín junto  a sus amigos y a su hermano Luis, que es el tío Luis, que es fotógrafo y al que Ricardo niño ayuda en el revelado de fotos. En su vida de adulto Ricardo supo ser fotógrafo profesional de eventos sociales y deportivos del barrio y muchas de sus tomas fotográficas son de edificios y calles y tienen su espacio en los dos libros de Francavilla sobre Villa Crespo.

Ricardo, como todo chico curioso y habilidoso, también sabe ser “ayudante” de su papá en el surtidor.

Papá Ricardo tiene otro oficio que es el de enfermero particular y una vocación amateur que es el dibujo a lápiz, pericia que le sirve para retratar a los parroquianos del café, sean habitúes u ocasionales.

El vermuth de los sábados al mediodía es momento propicio de reunión y qué mejor lugar que El Copetín. Se dan cita los comerciantes y demás trabajadores cercanos al bar. Una tradición que se mantiene  a través de muchos años.

Donde termina El Copetín sobre Juan B. Justo, al 2556, está, en el recuerdo, el negocio El Vitraux y un poquito más allá la fábrica El Changuito, que elabora changuitos, ese carro manual que se utilizaba en esos años para ir a la feria municipal o a los almacenes.

En El Vitraux los deudos encargan imágenes votivas, especialmente de santos y ángeles, para ser colocados en las bóvedas funerarias de los cementerios, en especial en el de Chacarita. También las iglesias católicas del barrio les confian pedidos para revestir determinados lugares sacros. Todo es artesanal, Enrique es el encargado de confeccionar el dibujo, vaya a saberse cuál sería su inspiración o de dónde saca las ideas (o de dónde las copiaba). En un momento del proceso “las imágenes las pasaban por el horno”, rememora Ricardo y ve nuevamente lo que vieron sus ojos infantiles, para después Don Ramón García enmarcar las imágenes con plomo.

Con Ricardo volvemos sobre nuestros pasos pero seguimos suspendidos en esos años pasados y llegamos nuevamente a la esquina. Entramos a El Copetín. A la derecha el sector de los Reservados, con ventana sobre Av. Corrientes. Al frente, algunas mesas y el mostrador donde un mozo recoge los pocillos con café, los platitos y todo lo que le hayan encargado, quizá al grito de “mozo, un café”. Coloca todo sobre su bandeja y en forma certera y sin equivocarse acerca el pedido a cada uno de los parroquianos.

A la izquierda se hallan ¡seis mesas de billar! Es el lugar de recreo para muchos luego de tanto trajinar en el trabajo y en enfrentar obligaciones, y además queda cerca de sus hogares.

No hay necesidad de ir al centro, al Bar Los 36 Billares en  Av. de Mayo al 1200, entre Salta y Santiago del Estero. Hay billares en Villa Crespo, son seis ¡y a mucha honra!

Los billares, instalados en aquellos años del ´40 y ´50, donde los hombres asistían y jugaban con traje de solapas anchas y corbata al tono, muchos con pañuelo en el bolsillo superior del saco. Todos con sombrero o gorro.

Los billares brillaron en El Copetín hasta 1965, aproximadamente.

Luego esos hombres fueron acompañados al Café por sus familias en los ´60 y ´70 y después … los tiempos cambian y los comercios y sus rubros también. El Copetín cerró y fue reemplazado por el Restaurant Parrilla Bariloche.

 

Ricardo Figueroa (h). Atrás la esquina de Juan B. Justo y Corrientes (foto EHB marzo 2022)

Historia de esta esquina

Los recuerdos de Ricardo Figueroa, ese recomponer imágenes para armar sitios y tiempos, llegan hasta los ´40 pero esta esquina tiene una historia que nos retrotrae a comienzos del siglo XX.

Antes de la existencia del Café Bar El Copetín, negocios anteriores se habían instalado en esa esquina. Memoriosos sostienen, aunque no hay fechas ciertas, que quizá durante o después de la primera década del siglo XX, se establece una sastrería. Si así fuera, debió ser un local con vivienda incluída, nadie se iba a aventurar a inaugurar un negocio a la calle en esa zona “pegada” al Maldonado. Se especializaba en prendas de vestir masculinas con estricta terminación a mano, diseñadas para hombres elegantes. Estimo que las prendas se confeccionaban allí y que eran llevadas a los señores que vivirían no muy cerca. Para la época, este sector era un suburbio. Por lo visto no duró mucho tiempo ya que muy pronto hay noticias que en el solar se inaugura el primer Café. Al estar a orillas del Arroyo Maldonado, lo lógico es que fuera sitio de malandrines y de gente de “dudosa moralidad”. Acaso, supongo que para los años ´20 de ese siglo, haya sido uno de los sitios que frecuentaba el guapo El Títere (sí, el del poema de Jorge Luis Borges). Con la pronta llegada de los obreros con sus familias, el Café va dejando de lado su aspecto funesto y pasa a ser más cercano a un Bar concurrido por trabajadores que se detienen allí para “tomarse algo fuerte” y recuperar las fuerzas y la autoestima.

Con nuevos dueños, seguramente, y con el nombre de “Rosedal”, el local toma un cariz más definido hacia, digamos, lo romántico. Se agregan reservados que, para ser más discretos dan hacia Juan B. Justo, y es lugar de encuentro de encantadoras y ocultas citas de parejas.

Llegamos al ´40 y a El Copetín, luego en los ´70 a la parrilla Bariloche. Posteriormente se instala una estación de servicio que fuera cerrada por un problema ya mencionado. Una esquina con tanto movimiento, estimo, a su debido tiempo será reacondicionada y embellecida.

Hoy es una esquina que espera.

 

 Por Eduardo Horacio Bolan

eduardobolan@gmail.com

LEOPOLDO MARECHAL Y LA HISTORIA DE LA CALLE CORRIENTES

 

LEOPOLDO MARECHAL Y LA HISTORIA DE LA CALLE CORRIENTES

   Por Eduardo Horacio Bolan

 Leopoldo Marechal posee una prodigiosa y dilatada producción escrita. Bien es muy conocido como poeta, cuentista, novelista y autor de obras de teatro. Así también supo destacarse como ensayista, acaso, yo diría, acercándose al historiador, aunque esta faceta no es tan percibida como las anteriores.

Su obra “La Historia de la calle Corrientes”, no por ser menos difundida es de menor trascendencia. Es el resultado de una encomienda que le fue propuesta, dado su prestigio.

 

Marechal y un encargo muy especial

A partir de 1931 la calle Corrientes angosta comienza a cambiar su fisonomía, en el momento que José Guerrico, por entonces Intendente de la Capital Federal (1930-1932), da la orden de comenzar el emprendimiento de ensanchar esa calle. Su continuador en esa tarea es Mariano de Vedia y Mitre, que ocupa el cargo de Intendente entre 1932 y 1938, siendo nombrado como tal por el Presidente de la Nación Agustín P. Justo que además de ser político y militar es ingeniero civil habiéndose recibido en la Universidad de Buenos Aires.

La labor desarrollada por de Vedia y Mitre es muy vasta, va, por dar un breve listado, desde la construcción del Hospital Argerich y mejoramientos edilicios de otros nosocomios hasta concluir con el entubado del Arroyo Maldonado en 1936 y el comienzo del emplazamiento, sobre esa faena, de una avenida (Juan B. Justo) que en sus inicios es de tierra. A pesar de esta importante mejora las inundaciones no cesaron hasta principiar el siglo XXI.

Las obras públicas llevadas a cabo por este intendente son numerosas pero, sin ser original en mi elección, la más recordada de este período es la construcción del Obelisco de Buenos Aires (1936), muy criticada en su momento y que hoy es un ícono de la Ciudad.

Para celebrar a la calle Corrientes y a su importancia y tradición porteña, de Vedia y Mitre idea y elabora un homenaje entre histórico, sociológico y literario. Para concretar este proyecto encomienda la redacción de “Historia de la calle Corrientes” a Leopoldo Marechal, que ya por esos años es un reconocido (aun antes de publicar “Adán Buenosayres”) poeta (“Los aguiluchos”, Días como flechas”, “Odas para el hombre y la mujer”) y literato (publica en revistas como “Proa”, “Martín Fierro”, diario “El Mundo”).

Voy a dejar que el mismo Leopoldo Marechal nos comente el encargo que le efectuaron: “En 1936, con motivo del cuarto centenario de la fundación de Buenos Aires por don Pedro de Mendoza, el entonces intendente municipal doctor Mariano de Vedia y Mitre me invitó a escribir una Historia de la calle Corrientes, la cual, aun bajo las piquetas de la demolición, entraba ya en la última etapa de su ensanche.”

Nuestro escritor duda en aceptar este cometido ya que no está dentro de su habitual terreno poético y literario (posteriormente incursionará en lo teatral) donde es reconocido a nivel nacional e internacional. Este pedido se encuentra más delimitado dentro del ensayo y, como el mismo título del libro lo adelanta, de la Historia.

Duda el escritor pero acepta, convencido de que “la calle Corrientes no era para mí, ni para ningún porteño sensitivo, un tema circunstancial, sino algo así como un escenario de familia donde mi adolescencia y mi juventud habían cumplido algunos de sus gestos más vitales.”

“Historia de la calle Corrientes” de Leopoldo Marechal tiene hasta el momento cuatro ediciones. La primera ve la luz en 1937 y es editada por la Municipalidad de Buenos Aires, luego vendrá la de Paidós en 1967 y la de Arrabal en 1995. Por último y por ende la más actual es la realizada por Dunken (2013), edición bilingüe en español e inglés, un anhelo cumplido de María de los Ángeles Marechal, hija del escritor, que asimismo realiza allí una bio-cronología de su padre.

Cada edición tiene su particularidad, lo que la hace especial.

 


   


Un equipo de primera

Para hacer realidad esta obra diferente, según mi opinión, de las que había llevado a cabo en su pluma y de las que concretaría a lo largo de su vida, obtuvo la colaboración de personas con una amplia experiencia en cada uno de sus rubros.

Doy paso a Marechal para que nos lo haga saber: “Invitados amorosamente a la empresa, Guillermo Moores y Alejo González Garaño (dos porteños de ley) colaboraron con valiosos aportes (…) Horacio Coppola fotografió la calle en todo el dramatismo de sus demoliciones y reconstrucciones (…) y Francisco Colombo imprimió la Historia en su taller.”

Esos “valiosos aportes” son contribuciones bibliográficas y de gráficos “sobre todo de don Alejo, que conservaba de la calle finisecular algunos recuerdos personales de gran frescura”, en el decir de Marechal.

Alejo González Garaño (1877-1946), nacido de una familia tradicional de la Ciudad con vivienda desde 1811 en esa misma calle Corrientes (altura 476), es un prestigioso coleccionista de grabados, pinturas, iconografías, litografías, acuarelas, publicaciones de nuestro pasado nacional y colonial. También sabe destacarse como articulista sobre arte argentino en los periódicos de tirada nacional como La Prensa y La Nación. Además es miembro activo de numerosas instituciones, sociedades  y academias de Historia, numismática, antigüedades, Bellas Artes.

Horacio Coppola (1906-2012), emblema de la fotografía argentina, supo vivir en la calle Esmeralda pero su nacimiento se produce en esa misma calle Corrientes al 3060. En sus primeros años de fotógrafo todo despierta su interés y así quedan reflejados diversos sitios barriales, calles y esquinas, trabajadores, azoteas, escaleras, calles empedradas, los otrora típicos carteles publicitarios municipales de color verde, carromatos, sombras de hombres leyendo el diario, los barcos de La Boca, el reflejo en un charco de agua de una vivienda en el barrio de Palermo (esta toma le hizo expresar a J.L. Borges “¡esto es Buenos Aires!”)

No solo Marechal aprovecha del ojo avizor de Coppola, también Jorge Luis Borges lo elige para la primera edición de su libro Evaristo Carriego, donde se luce la foto tomada en Juan Jaurés y Paraguay.

En 1932 Coppola viaja a Berlín. Se inscribe como alumno en la Bauhaus y traba amistad con Walter Peterhans, del Departamento de Fotografía de esa Escuela de Arte y Arquitectura. Allí conoce y comienza un noviazgo con Grete Stern. Ante el implacable avance nazi deciden, Horacio y Grete, dejar atrás Berlín y pasar a Londres. Horacio es incansable y decide viajar por Europa, donde frecuenta los ateliers de Marc Chagall y Joan Miró.

Horacio y Grete se casan y su destino será Buenos Aires donde seguirán observando y retratando desde sus cámaras fotográficas.

Con su Leica, cámara de origen alemán, colgada en su cuello, Coppola camina y plasma la ciudad, sus habitantes y lugares. Uno de los caminos recurrentes lo llevan por la calle Corrientes desde Once hasta Chacarita. Su mirada se vuelve poesía en sus fotos.

Francisco Colombo (1878-1953) aprende el oficio de tipógrafo desde muy joven. Con veinticuatro años instala su propia imprenta en San Antonio de Areco y al establecimiento le da el nombre de “Colón”, acaso como un juego o reconocimiento a su propio apellido. Esto trajo, quizá, cierta confusión sobre qué libros son los editados por él, ya que en algunos colofones figura Colombo y en otros Colón.

Desde 1929 instala una sucursal de sus talleres gráficos en Hortiguera 552 de la Capital Federal. Algunos de los títulos y autores que salen de su imprenta son: “Cuaderno de San Martín” de Borges y “Papeles de recién venido” de Macedonio Fernández, solo un par para no abrumar al lector. Aunque sin duda lo más recordado de la imprenta Colombo son los diferentes libros salidos de su taller con autoría de Ricardo Güiraldes, “Rosaura” (1922), “Xaimaca” (1923) y en especial el resultado del pedido que le llegara en 1926.  Güiraldes le entrega a Colombo los manuscritos de “Don Segundo Sombra” y le encarga una edición de 1.000 ejemplares. Se dice que Colombo, luego de la lectura del primer capítulo, se entusiasma con la calidad de la obra y por su cuenta y orden aumenta la tirada al doble. Al mes de haber salido a  la venta, julio 1926, se agotan los 2.000 ejemplares.

Es el mismo Marechal que corrobora la importancia de Colombo como imprentero “que se había iniciado a lo grande con la edición príncipe de Don Segundo Sombra”.

 

La Historia de la calle Corrientes

Recorramos esta calle hecha libro junto a Marechal a través de las páginas que él considera necesarias, “me propongo trazar una breve historia de la calle Corrientes”.

El compromiso asumido y la elegancia de nuestro autor se manifiestan desde las páginas iniciales. Su pluma es ágil y amena. Da detalles pero no se detiene en explicaciones tediosas. Desde su Introducción y luego capítulo tras capítulo, hasta el consabido Epílogo, va pergeñando su historia.

Asistimos desde la incógnita del primer nombre de la vía, “nada sabemos acerca del nombre que tuvo la calle hasta los comienzos del siglo XVIII”, hasta ser denominada en un documento de 1808 como “calle que pasa por el costado de San Nicolás” Este nombre largo se debe a que en 1729 se había construido, en un terreno que en la actualidad estaría ubicado en Corrientes y Carlos Pelligrini, una iglesia bajo la advocación de San Nicolás de Bari. Con la ampliación de Corrientes, el trazado de la Av. 9 de Julio y la construcción del Obelisco, esta iglesia es demolida y una nueva es construída, con ese nombre, en Av. Santa Fe 1352.

Página tras página visitamos nuestra Historia al asistir al estudio de nuestra vía. Su escasa y por momentos nula importancia en la Reconquista, la Defensa, Revolución de Mayo. Con los patriotas nuestra calle pasa a ser la frontera norte de la Ciudad. En 1812, Bernardino Rivadavia como secretario de Guerra e integrante del Primer Triunvirato ordena “que la bandera celeste y blanca ondease en la torre de San Nicolás”.

“En 1826 los cafés y otros lugares públicos de la calle ya eran teatro de acaloradas disputas”, nos dice Marechal y nos hace  vivir los tiempos de Rivadavia como Presidente, Rosas, Caseros.

“La calle Corrientes, siempre tardía, se benefició también, aunque a la larga: no tuvo, como la de Victoria, el honor de alumbrarse en 1856 con los primeros picos de gas”.

En 1857 la calle, todavía angosta, se va alargando “más allá de Callao”. Casas de familias tradicionales, establecimientos de peluquerías, de farmacias, corralones, cocherías de “cupés y landós del gran mundo”, confiterías, todo esto nos recrea nuestro autor.

No faltan los teatros, los cafés, hoteles y restaurantes y el muy nombrado y renombrado por Marechal “Royal Keller”, un bar nocturno ubicado en un sótano de Corrientes y Esmeralda. Tampoco se olvida del primer ferrocarril argentino cuyos rieles supieron cursar por Corrientes desde Riobamba “hasta el mercado Once de Septiembre” ni de los tramways y sus conductores.

En el Epílogo, Marechal, nos confiesa “que Corrientes fue y continúa siendo “la calle de la noche” (…) un rito nocturnal que tenía su gallo anunciador del fin en el último tranvía Lacroze que nos devolvía, si lo pescábamos, a la lejana Villa Crespo.”

 

Un texto con la fuerza de lo poético, muy propio de Leopoldo Marechal, donde siempre encuentra esa expresión entre certera y elegante.

 

 Por Eduardo Horacio Bolan

eduardobolan@gmail.com

RINCÓN EN VILLA CRESPO

 

RINCÓN EN VILLA CRESPO

 

  Por Eduardo Horacio Bolan

 

Villa Crespo es un Gran Barrio y un barrio grande, de gran extensión. Es el más vasto de los que componen la Comuna 15, a la cual está integrada.

Sus límites oficiales actuales son: Av. Córdoba, Av. Estado de Israel, Av. Ángel Gallardo, Av. Gaona, Av. San Martín, Paisandú, Av. Warnes, Av. Dorrego y las vías del ferrocarril General San Martín.

Casi en el límite noreste entre Villa Crespo y Palermo se encuentran lugares, personas, historias para ser contadas y que casi no se encuentran en la bibliografía del barrio y mucho menos en recorridos programados. Aquí un simple repaso para ser ampliado en una caminata que no ocupa más que unas pocas cuadras.

 

La fábrica textil Dell´Acqua

El establecimiento Textil Dell´Acqua, imponente edificio que aun se mantiene en pie, se encuentra comprendido entre las calles Darwin, Loyola, vías del ferrocarril General San Martín y Aguirre. El edificio fue inaugurado en 1906 y era propiedad del italiano Enricco Dell´Acqua (1851-1910) emprendedor industrial de materiales textiles.

Muy pronto se construyó una sucursal ubicada en Corrientes y Thames, cerca del arroyo Maldonado, para facilitar la eliminación de sus residuos industriales. Esa forma de desecho era habitual para la época (fines siglo XIX y comienzos del XX) y lo llevaban a cabo también la Fábrica Nacional de Calzado y las curtiembres. Este descarte en el arroyo reducía los costos para las empresas pero traía inconvenientes en la salud de los vecinos, los cuales vivían muy cerca de sus trabajos. El ejemplo más renombrado de vivienda vecinal es el caso del Conventillo Nacional, con su denominación más popular de Conventillo de la Paloma (Serrano 156 con salida a la arteria Thames)

En 1921, para conmemorar las Bodas de Plata de la Parroquia de San Bernardo (1896), el 20 de agosto (Día del Santo Patrono Bernard de Fontaine o Bernard de Clairvaux, monje francés, 1090 - 20 de agosto de 1153) la empresa Dell´Acqua otorgó asueto a sus trabajadores para que puedan concurrir a los festejos programados. Asimismo iluminó y embanderó los frentes de sus edificios.

El edificio de la fábrica Textil Dell´Acqua de Corrientes y Thames fue demolido en 1935. El que se mantiene en pie, reitero, es el edificio de Darwin y Loyola. Fue renovado a fines de 1980 y su presente es óptimo. Sus espacios internos fueron reciclados en lofts (lugares con mucha iluminación natural, espaciosos y con pocas divisiones dentro de cada ambiente)

 

Deporte sobre dos ruedas

En 1917 se instituye el, por entonces, Club Ciclista Nacional. Luego varía levemente su nombre por Nación, y así quedó Club Ciclista Nación. Desde siempre su sede se encuentra en la esquina de Godoy Cruz y Castillo. Durante cincuenta años “la muchachada del Nacional” como les gustaba llamarse y eran conocidos, organizaron infinidad de competencias, sacándole tiempo a sus trabajos por la pasión que los motivaba.

Club Ciclista Nación


Las competencias y sus premios eran coordinados por los integrantes del Club. Muchos sobresalieron pero destaco solo un par: Vicente Auterio, que llegara a ser Campeón Argentino y Eugenio Gret.

Famosas son las contiendas anuales que concretaron ya desde 1917, las de Criterium de Apertura Argentina (donde supo descollar Gret, ganador de los años 1919, 1920 y 1923) y la Doble Bragado desde 1922, donde Gret vuelve a lucirse ganándola en el año de apertura y en 1923. A estas se agregan numerosas más.

En la década de 1970 la actividad disminuye organizando el Club solo sus competencias anuales de Criterium de Apertura y la Doble Bragado, la cual se encuentra suspendida desde 2020. En este 2022 tampoco se realiza por tercer año consecutivo, por la pandemia producto de COVID-19, también conocida, solo al comienzo, como neumonía de Wuhan para luego ser denominada coronavirus o SARS-CoV-2.

 

Un castillo para mirar

Ahí nomás, en Darwin 1251, entre Jufré y Castillo, levantando un poco la vista se puede ver una construcción. Quizá, sí, seguramente, desde enfrente se puede observar mucho mejor. Es una edificación que se asemeja, a primera vista y para desconocedores de estilos arquitectónicos, a esos castillos medievales europeos. En realidad es un híbrido arquitectónico que alguien o alguna empresa quiso hacerlo llamativo y construyó un edificio a semejanza de la arquitectura del neorrománico. Es, en consecuencia, en el mejor de los casos y viéndolo con mirada fantasiosa, una edificación del tipo del historicismo, también llamado romanticismo (fines del XIX y primeras décadas del S. XX). Historicismo porque se trató de recrear, de recuperar, algo del estilo románico, muy propio de Europa entre los siglos XI y XIII.

La construcción data de la década de 1970 y quizá, al comienzo, fue una discoteca.

En Darwin 1251, entre Jufré y Castillo: El Castillo. No se pueden perder.

 

El puente que ya no está

Para conmemorar un nuevo aniversario de la Reconquista de Buenos Aires (12 de agosto de 1806) se inauguró en 1969 el llamado, precisamente, Puente de la Reconquista. La obra se hizo para agilizar el tránsito vehicular de la Av. Juan B. Justo ya que el puente se elevaba a esa altura entre las calles Cabrera y Castillo, cruzando por elevación las avenidas Córdoba, Niceto Vega y las vías del FC San Martín. A comienzos de este siglo XXI se verificaron serios problemas en su hormigón, losas y parapetos. Entre 2014 y 2015, tanto el Ministro Nacional de Transporte como el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires tomaron la decisión de realizar un viaducto (traza elevada del ferrocarril) entre las estaciones Palermo y La Paternal. En abril de 2019 ya no quedaban ni restos ni vestigios, agregaría yo ni buenos recuerdos, del Puente que cruzaba por sobre las vías en ese sector. En la actualidad no concluyeron el trabajo del viaducto y todavía Villa Crespo y La Paternal, y por supuesto los usuarios del tren, esperan la reapertura de sus estaciones.

Como dato anecdótico muchos vecinos recuerdan diversos carteles que eran pegados en el Puente de la Reconquista y que no se desprendían ni con el viento ni con la lluvia. Eran frases enigmáticas, muchas de las cuales sin sentido aparente. Cada uno que las leía sacaba sus propias conclusiones. Poco antes de la desaparición del Puente se supo que el autor era un taxista llamado Oscar Brahim y que, si bien tenía su propia ideología, sus mensajes no trataban de transmitir ideas políticas, o alguna otra, a los posibles lectores de su arte, sino reflejar factores y circunstancias del momento que la sociedad vivía.

 

Una Nueva Arca de Noé

De este sector de Villa Crespo que estamos visitando, en una de las esquinas de Darwin y Castillo han surgido obras que llegaron a todo el mundo y ¡todos conocemos!

 
Esquina de Darwin y Castillo


De esa esquina salieron esculturas que recrean a personajes inolvidables como Borges y Álvarez del programa de TV “No toca botón” (1981-1987) dirigidos por Hugo Sofovich. Sí, Alberto Olmedo y Javier Portales (su verdadero nombre era Miguel Ángel Álvarez) ¡Cuántas personas diariamente se sacan fotos en las esculturas emplazadas en Av. Corrientes y Uruguay! ¡Quién no pasa a su lado y se sonríe!

En esa esquina villacrespense el artista Fernando Pugliese y su equipo recrearon no solo a personas y personajes populares sino también a seres y estructuras de todo tipo.

Fernando Pugliese (1939-2021), era hermano mayor del modelo, músico y empresario Alberto “Nono” Pugliese. Se recibió de abogado pero su pasión por ser artesano, escultor, artista, ya despuntaba desde su juventud realizando trabajos con madera y aun antes, en los años escolares, realizaba figuras esculpiendo las tizas en su colegio.

La lista de obras salida de su taller es innumerable: Tato Bores (Mauricio Borensztein) representado como el personaje Tato, con su peluca y hablando por teléfono; Sandro; Spinetta; la Mona Giménez; Rodrigo; la negra Sosa; el Mahatma Gandhi; el Che Guerava; Trump; Néstor Kirchner con la herida en la frente causada por la máquina fotográfica de un periodista en aquel 25 de mayo de 2003, día de su asunción presidencial; al presidente Alberto Fernández sonriente y tocando la guitarra y muchísimos y muchísimos más.

Pero no puedo dejar de mencionar a la escultura de Jorge Luis Borges sentado a la mesa junto a Adolfo Bioy Casares en el “Bar La Biela”.

En medios periodísticos Fernando Pugliese eligió como una de sus mayores realizaciones la que ejecutó sobre la temática “Tierra Santa”, la cual tiene su intricada historia.

Ya concluía el año de 1999 y había personas temerosas del cercano Fin del Mundo y otras que aseguraban que las computadores colapsarían y dejarían de funcionar, pero el mayor problema que afrontaba Armando Cavalieri, el Secretario General del Sindicato de Comercio, era que se le vencía la concesión que tenía el gremio en un predio ubicado en la Costanera Norte, frente al Río de la Plata. Debía concretar un proyecto que reuniera lo cultural con lo educativo. Ahí es donde aparece Fernando Pugliese y su estudio artístico, pero había muchos inconvenientes que resolver y nudos que desatar. Varias fueron trabas propias de la burocracia y aspectos municipales. Hubo otras, más problemáticas, condicionadas por cuestiones religiosas. Finalmente se pudo concretar el “Parque Temático Tierra Santa” en diciembre de 1999, a días nomás de vencer el plazo estipulado. Hubo que convencer a las autoridades islámicas que se recrearían mezquitas pero, por supuesto, sin representaciones ni del Profeta ni de Alá.  En el caso de las autoridades judías, Pugliese convino que harían una réplica del Muro de los Lamentos y recibió la aprobación del proyecto. En el caso de los cristianos, la Iglesia Católica, representada por el entonces Arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio, no solo dio su aprobación inmediata sino que bendijo el predio. Así nació una amistad con el futuro Papa (13 de marzo de 2013), que llevaría a Pugliese al Vaticano para entregar esculturas del Cura Brochero a Francisco.

Un segundo Parque Temático realizado por Pugliese se concretó en la Provincia de Córdoba en homenaje al Cura Brochero (enero 2021).

Desde cualquiera de las cuatro esquinas de Darwin y Castillo se puede observar las cabezas de varios animales que sobresalen del atelier del estudio Pugliese. Son los animales elegidos para integrar la nueva Arca de Noé que Pugliese por su muerte no pudo llevar a cabo. Todos esperamos que los que continúan en su emprendimiento puedan concretar el proyecto.

 

Todo en pocas cuadras, sin tener que molestar a nadie, ni tocar timbres o preguntar. Están ahí, a la vista de aquellos que los quieran ver.

Muchos lugares, vivos recuerdos y presencias, historias para ampliar.

 

 Por Eduardo Horacio Bolan

eduardobolan@gmail.com

UNA DE GUAPOS

 

UNA DE GUAPOS

 Por Eduardo Horacio Bolan

Se sostiene, y se sabe, que el malevaje en la Capital Federal tiene su impronta alrededor de comienzos del siglo XX.

Sostengo, como lo hiciera oportunamente el historiador local Cayetano Francavilla, que en el barrio de Villa Crespo y por esos años escasean guapos con cuchillo fácil para hacerlo zigzaguear y destripar al adversario. Podrían amenazarse, desafiarse, pelearse, hasta tajearse pero de allí a matar es otro tema. Matar, aunque sea en reyerta, son cosas mayores. En este caso interviene la policía y sin un padrino importante que aligere la pena, el destino del matador es la cárcel. El ansia de vivir con honor y en libertad es la razón de ser del compadrito y el guapo.

 

Allá por el 20 (del XX)

Ya a comienzos del siglo XX las quintas y huertas de Villa Crespo han sido reemplazadas por fábricas con obreros, comerciantes con sus negocios de múltiples rubros y artistas en todas las habilidades culturales.

A los ya “nativos” se suman los nuevos habitantes, producto de la inmigración que echan raíces y se dedican a trabajar la mayor parte del día. No hay mucho tiempo para actos violentos por el solo hecho de demostrar coraje. Seguramente riñas y altercados por asuntos menores se pueden dar en almacenes de ramos generales, lugares de venta de bebidas alcohólicas, pero sin consecuencias mayores. En los salones de baile son más habituales los enfrentamientos por cuestiones de honor, interviene la policía, unas horas en la comisaría y hasta el próximo encuentro impetuoso.

En otros barrios de la Capital la presencia de guapos en sitios como fondas o cafetines, paralizan a los habituales parroquianos que solo han entrado para haraganear y tomarse una copita de caña o ginebra.

Debo recurrir a lo literario, en especial a lo poético, para ejemplificar esos encontronazos donde dos guapos se trenzan a cuchillo para lidiar por el honor y para demostrar quién es el de mayor coraje.

 

Enrique Cadícamo maestro de la descripción tanguera

De acuerdo a la mirada de Enrique Cadícamo (1900-1999), que nos comparte en varios de sus maravillosos poemas, podemos visualizar lugares de tango como fondines, boliches, prostíbulos, cafés y a sus habitués.

En “El cantor de Buenos Aires” (1936) es el tango donde Cadícamo ofrenda su sentir hacia Carlos Gardel recientemente fallecido (1935). En sus versos nos participa de sus emociones:

 

Dónde estarán los puntos del boliche aquel,
en el que yo cantaba mi primer canción.
y aquellos patios donde pronto conquisté
aplausos tauras, los primeros que escuché.
Dónde estarán Traverso, el Cordobés y el Noy,
El Pardo Augusto, Flores y el Morocho Aldao.
Así empezó mi vuelo de zorzal...
los guapos del Abasto
rimaron mi canción.

 

Cadícamo hace hablar a Carlitos, quien recuerda sus comienzos y rememora “el boliche aquel”. Así hace referencia a la fonda “O´Rondeman”  (en dialecto genovés significa abundancia, ubicada en aquellos tiempos en Humahuaca 3302, esquina con Agüero) que regentea Agustín Traverso (genovés de origen) con sus hijos Constanzo (o Constancio), Alberto “Gigio” (o “Yiyo”), Félix (con apodo “Felicín”) y, remarco, José (alias “Cielito”) estos dos últimos guapos con prontuario policial.

Fachada del Café O´Rondeman


Cielito, nacido en 1873, es el de mayor trayectoria de la familia dentro del malevaje porteño. Su hecho de sangre más recordado es la muerte de Juan Carlos Argerich (apodado El Vidalita”) “un nene bien” devenido en malevo y al que le gusta provocar: “¡El que sea hombre, que me siga!”. En un desafío memorable en un salón de baile en Palermo, cerca de la Nochebuena de 1901, el cuchillo de Cielito termina dentro del cuerpo de El Vidalita. Cosa de guapos. Es apresado, juzgado y condenado. A los dos años recibe el perdón, gracias a las fuertes influencias políticas de su hermano Constancio, temido por ser caudillo en el Abasto del Partido Autonomista Nacional. Pero en hechos de sangre nada es fácil, Cielito debe emigrar al Uruguay.

En 1907 la familia vuelve a sufrir, Felicín participa de un alboroto que se inicia dentro mismo de la fonda familiar que, según el parte policial, termina con la muerte de un tal Francisco Cattadi. Es acusado Felicín (nacido en 1886) del hecho y es declarado culpable y enviado a prisión. Allí muere al poco tiempo sin cumplir los veintiún años de edad.

Pero, a mi entender, Cadícamo al nombrar a Traverso en su poema dentro de los conocidos de Gardel, se está refiriendo a Yiyo, el gran amigo del Morocho del Abasto.

Yiyo Traverso, hombre bonachón de enorme figura física producto de pesar más de 160 kilos, es el que le da de comer gratis a Carlitos en la fonda cuando el futuro Zorzal contaba con dieciséis años y se iniciaba en el canto (se lo considera su padre adoptivo).

El guapo Noy, que está citado en el poema de Cadícamo, tuvo su noche de gloria al vencer a otro malevo, un tal Pereyra, en una noche de 1922.

Sigo con el saber de Enrique Cadícamo. En su “Poema a las calles Suárez y Necochea” (1945), incluído en su obra “Poemas del bajo fondo (Viento que lleva y trae)” publicado en 1964 por la Editorial Peña Lillo, da su opinión tanguera:

 

“Puede decirse entonces que el imperio del tango

fue la Boca, en las calles Suárez y Necochea,

ochava de arrabal de indiscutible rango,

nacida bajo el signo de la semicorchea.

Llegaban de otros barrios visitas importunas:

de Villa Crespo El Títere, guapo de corralones;

del Mercado de Abasto, Cielito, El Noy, Osuna,

y desde La Ensenada caía El Tano Barone.”

 

A los ya conocidos, Cadícamo nombre a un guapo de Villa Crespo, acaso no el único que habrá existido pero seguro el único que trascendió: “El Títere”.

En “Otros tiempos y otros hombres” (1946) amplía la “biografía” de este guapo que no tenía rival en su barrio y debía “caer” a cafetines de otros barrios para hacer valer su hombría:

 

“Yo fui amigo del Maceta

y yo estuve de testigo,

cuando el Títere lo vino

a probar en el café.

Esa noche se encontraron

estos serios enemigos,

y en los naipes y en un truco

se jugaron su cartel.”

 

Borges y El Títere

Jorge Luis Borges (1899-1986), vecino de Palermo, sabe adentrarse en Villa Crespo para ir a la Librería de Manuel Gleizer, donde publica sus primeros títulos y, seguro, “para” en el Almacén de Tacchela (Triunvirato y Canning, actualmente cruce de las avenidas Corrientes y Raúl Scalabrini Ortiz) a tomarse un café o un traguito. Acaso es en esas visitas donde escucha las hazañas de “El Títere”, el apodo con el que es conocido el “Manco” Ferreyra, lugareño del incipiente Villa Crespo.

En su poema “El Títere” (Para las seis cuerdas, 1965), Borges comienza presentado el personaje y el lugar:

 

“A un compadrito le canto
que era el patrón y el ornato
de las casas menos santas
del barrio de Triunvirato.”

 

“Atildado en el vestir
medio mandón en el trato;
negro el chambergo y la ropa,
negro el charol del zapato (…)”


No solo lo describe por su vestimenta y trato sino que luego pasa a mostrarlo hábil con el cuchillo y admirado por las mujeres, todo dicho más que nada literariamente, no quiere decir que fuera así realmente, sino como concepto del personaje. Comienza a rondarle la muerte a nuestro guapo:

“El hombre según se sabe,
tiene firmado un contrato
con la muerte. En cada esquina
lo anda acechando el mal rato.”

La tragedia se cumple:


“Un balazo lo tumbó
en Thames y Triunvirato;
se mudó a un barrio vecino,
el de la Quinta del Ñato.”

 

Sin duda Borges sabe plasmar una época, personas y personajes, situaciones, paisajes urbanos en pocos pero contundentes versos. Y nos deja datos de gran valor.

 

Cadícamo y El Títere

En “El Maceta y El Títere”, otro de los poemas que cubren la “biografía” de nuestro guapo según el conocimiento de Enrique Cadícamo, comienza con un dato interesante. El Ñato es un café ubicado en el Abasto.

 

“Frente al Abasto y allá, en el año siete

en el café de El Ñato, en la calle Anchorena

tuvo lugar una vibrante escena

digno final de un encuentro, de un cuadro, de un sainete.”

 

Sigue con el visitante que trae problemas:

 

“De la barra de Ítalo, guapo de Villa Crespo,

era el protagonista de la hazaña que narro.

Lo llamaban El Títere y su oficio

era ponerle llantas a los carros.

Supo que en el Abasto, roncaba otro pesado,

con corazón de taura y músculos de atleta.

Una serie de hechos, ya habían consagrado

a este hombre, al que todos, laman El Maceta.”

 

Luego, Cadícamo, describe el ambiente distendido del lugar para pasar a la tensión:

 

“Entró El Títere a escena y semblanteó el ambiente.

Se acercó al mostrador y pidió un “cañonazo”.

Estaba bien seguro de que él, era un valiente;

sin embargo temía el gran encontronazo.”

 

El visitante intempestivo pregunta al dueño del local, y ahí sabemos que el Café es conocido como El Ñato porque ese es el apelativo del propietario:

 

“Diga patrón ¿cuál es el famoso Maceta?

Y se bebió de un trago el resto de su vaso.

Y El Ñato, del terror, hizo una morisqueta

y señaló una mesa que estaba a pocos pasos.

 

Se presenta el taura del otro barrio:

 

“Se encaminó hacia él y se paró diciendo:

“soy El Títere y vengo a probar su importancia”

y el hombre del Abasto le contestó sonriendo

“y yo soy El Maceta”, y ya tomó distancia.

´De allá de Villa Crespo, he llegado atraído

por su cartel de taura que ya se lee de lejos

y como yo soy guapo, esta noche he venido

a llevarme su fama o a dejar mi pellejo´.” 

 

Deciden jugarlo a los naipes:

 

“La cafaña del turbio cafetín, los miraba

muda y emocionada, conversando en voz baja.

Sin atreverse a nada, porque allí, se jugaba

la vida de dos tauras, a suerte de baraja.”

 

Entre “Envido” y “falta envido” y “quiero”, El Títere saca su revólver y le tira un tiro entre las piernas a El Maceta para amedrentarlo.

“No se asustó El Maceta por el fuerte estampido

y al Títere le dijo: “¿y…? ¡cante compañero!”

Se levantó El Títere, lo abrazó conmovido

y un aplauso estruendoso se oyó en el reñidero.

Desde esa noche histórica fueron grandes amigos.

La amistad los unió con sus lazos ambles.

Y ya en sus diversiones o encarando a enemigos,

El maceta y El Títere fueron inseparables.”

 

Guapos, cultores a su manera, del honor y del coraje.

 

El Títere, entre la persona y el personaje

Borges toma una leyenda local y la transforma en visuales versos tal vez recogidos en algún turbio almacén. Por él se sabe que El Títere se movía en el ámbito orillero de Triunvirato, por lo tanto cerca del Maldonado. Por Cadícamo sabemos que su oficio al sol era ponerle llantas a los carros en algún corralón, que por las noches se juntaba con la barra de Ítalo y solía frecuentar rincones del malevaje de otros barrios. La leyenda dice que era manco, aunque no quiere decir que le faltara un brazo o mano, basta con no poder utilizar ese miembro para ser apodado “manco”. Por Borges que murió de un balazo y “se mudó a un barrio vecino, el de la Quinta del Ñato.”

Quizá, acaso, en 1922 el Pereyra muerto por el Noy, malevo del Abasto, haya sido el “Manco” Ferreyra, los apellidos se parecen y pudieron desvirtuarse en la leyenda barrial.

Matar o morir. No son cosas para ir divulgando, basta con que lo susurren los vecinos del barrio, que el vencedor lo sepa y el muerto mismo se haya enterado poco antes de morir cuál era el más guapo.

Los compadritos, “nenes bien”, el “minaje”, arrabaleros, malevos, guapos, viven en las poesías y en el tango.

 

 Por Eduardo Horacio Bolan

eduardobolan@gmail.com