UNA DE GUAPOS
Se sostiene, y se sabe, que el malevaje en la
Capital Federal tiene su impronta alrededor de comienzos del siglo XX.
Sostengo, como lo hiciera oportunamente el
historiador local Cayetano Francavilla, que en el barrio de Villa Crespo y por
esos años escasean guapos con cuchillo fácil para hacerlo zigzaguear y
destripar al adversario. Podrían amenazarse, desafiarse, pelearse, hasta
tajearse pero de allí a matar es otro tema. Matar, aunque sea en reyerta, son cosas
mayores. En este caso interviene la policía y sin un padrino importante que
aligere la pena, el destino del matador es la cárcel. El ansia de vivir con
honor y en libertad es la razón de ser del compadrito y el guapo.
Allá
por el 20 (del XX)
Ya a comienzos del siglo XX las quintas y
huertas de Villa Crespo han sido reemplazadas por fábricas con obreros,
comerciantes con sus negocios de múltiples rubros y artistas en todas las
habilidades culturales.
A los ya “nativos” se suman los nuevos habitantes,
producto de la inmigración que echan raíces y se dedican a trabajar la mayor
parte del día. No hay mucho tiempo para actos violentos por el solo hecho de
demostrar coraje. Seguramente riñas y altercados por asuntos menores se pueden
dar en almacenes de ramos generales, lugares de venta de bebidas alcohólicas,
pero sin consecuencias mayores. En los salones de baile son más habituales los
enfrentamientos por cuestiones de honor, interviene la policía, unas horas en
la comisaría y hasta el próximo encuentro impetuoso.
En otros barrios de la Capital la presencia de
guapos en sitios como fondas o cafetines, paralizan a los habituales
parroquianos que solo han entrado para haraganear y tomarse una copita de caña
o ginebra.
Debo recurrir a lo literario, en especial a lo
poético, para ejemplificar esos encontronazos donde dos guapos se trenzan a
cuchillo para lidiar por el honor y para demostrar quién es el de mayor coraje.
Enrique
Cadícamo maestro de la descripción tanguera
De acuerdo a la mirada de Enrique Cadícamo
(1900-1999), que nos comparte en varios de sus maravillosos poemas, podemos
visualizar lugares de tango como fondines, boliches, prostíbulos, cafés y a sus
habitués.
En “El cantor de Buenos Aires” (1936) es el
tango donde Cadícamo ofrenda su sentir hacia Carlos Gardel recientemente
fallecido (1935). En sus versos nos participa de sus emociones:
Dónde estarán los puntos del boliche aquel,
en el que yo cantaba mi primer canción.
y aquellos patios donde pronto conquisté
aplausos tauras, los primeros que escuché.
Dónde
estarán Traverso, el Cordobés y el Noy,
El Pardo Augusto, Flores y el Morocho Aldao.
Así empezó mi vuelo de zorzal...
los guapos del Abasto
rimaron mi canción.
Cadícamo hace hablar a Carlitos, quien
recuerda sus comienzos y rememora “el boliche aquel”. Así hace referencia a la
fonda “O´Rondeman” (en dialecto genovés
significa abundancia, ubicada en aquellos tiempos en Humahuaca 3302, esquina
con Agüero) que regentea Agustín
Traverso (genovés de origen) con sus hijos Constanzo (o Constancio),
Alberto “Gigio” (o “Yiyo”), Félix (con apodo “Felicín”) y, remarco, José (alias
“Cielito”) estos dos últimos guapos con prontuario policial.
Cielito, nacido en 1873, es el de mayor
trayectoria de la familia dentro del malevaje porteño. Su hecho de sangre más
recordado es la muerte de Juan Carlos Argerich (apodado El Vidalita”) “un nene
bien” devenido en malevo y al que le gusta provocar: “¡El que sea hombre, que
me siga!”. En un desafío memorable en un salón de baile en Palermo, cerca de la
Nochebuena de 1901, el cuchillo de Cielito termina dentro del cuerpo de El
Vidalita. Cosa de guapos. Es apresado, juzgado y condenado. A los dos años recibe
el perdón, gracias a las fuertes influencias políticas de su hermano
Constancio, temido por ser caudillo en el Abasto del Partido Autonomista
Nacional. Pero en hechos de sangre nada es fácil, Cielito debe emigrar al Uruguay.
En 1907 la familia vuelve a sufrir, Felicín
participa de un alboroto que se inicia dentro mismo de la fonda familiar que,
según el parte policial, termina con la muerte de un tal Francisco Cattadi. Es
acusado Felicín (nacido en 1886) del hecho y es declarado culpable y enviado a
prisión. Allí muere al poco tiempo sin cumplir los veintiún años de edad.
Pero, a mi entender, Cadícamo al nombrar a
Traverso en su poema dentro de los conocidos de Gardel, se está refiriendo a
Yiyo, el gran amigo del Morocho del Abasto.
Yiyo
Traverso, hombre bonachón de enorme figura física producto
de pesar más de 160 kilos, es el que le da de comer gratis a Carlitos en la
fonda cuando el futuro Zorzal contaba con dieciséis años y se iniciaba en el
canto (se lo considera su padre adoptivo).
El guapo Noy,
que está citado en el poema de Cadícamo, tuvo su noche de gloria al vencer a
otro malevo, un tal Pereyra, en una noche de 1922.
Sigo con el saber de Enrique Cadícamo. En su
“Poema a las calles Suárez y Necochea” (1945), incluído en su obra “Poemas del
bajo fondo (Viento que lleva y trae)” publicado en 1964 por la Editorial Peña
Lillo, da su opinión tanguera:
“Puede
decirse entonces que el imperio del tango
fue
la Boca, en las calles Suárez y Necochea,
ochava
de arrabal de indiscutible rango,
nacida
bajo el signo de la semicorchea.
Llegaban
de otros barrios visitas importunas:
de Villa Crespo El Títere, guapo de
corralones;
del Mercado de Abasto, Cielito, El Noy, Osuna,
y
desde La Ensenada caía El Tano Barone.”
A los ya conocidos, Cadícamo nombre a un guapo de Villa Crespo, acaso no el único
que habrá existido pero seguro el único que trascendió: “El Títere”.
En “Otros tiempos y otros hombres” (1946)
amplía la “biografía” de este guapo que no tenía rival en su barrio y debía
“caer” a cafetines de otros barrios para hacer valer su hombría:
“Yo fui amigo del Maceta
y yo estuve de testigo,
cuando el Títere lo vino
a probar en el café.
Esa noche se encontraron
estos serios enemigos,
y en los naipes y en un truco
se jugaron su cartel.”
Borges y El Títere
Jorge Luis Borges
(1899-1986), vecino de Palermo, sabe adentrarse en Villa Crespo para ir a la
Librería de Manuel Gleizer, donde publica sus primeros títulos y, seguro, “para”
en el Almacén de Tacchela (Triunvirato y Canning, actualmente cruce de las
avenidas Corrientes y Raúl Scalabrini Ortiz) a tomarse un café o un traguito.
Acaso es en esas visitas donde escucha las hazañas de “El Títere”, el apodo con
el que es conocido el “Manco” Ferreyra, lugareño del incipiente Villa Crespo.
En su poema “El
Títere” (Para las seis cuerdas, 1965), Borges comienza presentado el personaje
y el lugar:
“A un compadrito le canto
que era el patrón y el ornato
de las casas menos santas
del barrio de Triunvirato.”
“Atildado en el vestir
medio mandón en el trato;
negro el chambergo y la ropa,
negro el charol del zapato (…)”
No solo lo describe por su vestimenta
y trato sino que luego pasa a mostrarlo hábil con el cuchillo y admirado por
las mujeres, todo dicho más que nada literariamente, no quiere decir que fuera
así realmente, sino como concepto del personaje. Comienza a rondarle la muerte
a nuestro guapo:
“El hombre según se sabe,
tiene firmado un contrato
con la muerte. En cada esquina
lo anda acechando el mal rato.”
La tragedia se cumple:
“Un balazo lo tumbó
en Thames y Triunvirato;
se mudó a un barrio vecino,
el de la Quinta del Ñato.”
Sin duda Borges sabe plasmar una
época, personas y personajes, situaciones, paisajes urbanos en pocos pero
contundentes versos. Y nos deja datos de gran valor.
Cadícamo
y El Títere
En “El Maceta y El Títere”, otro de los poemas
que cubren la “biografía” de nuestro guapo según el conocimiento de Enrique
Cadícamo, comienza con un dato interesante. El Ñato es un café ubicado en el
Abasto.
“Frente
al Abasto y allá, en el año siete
en
el café de El Ñato, en la calle Anchorena
tuvo
lugar una vibrante escena
digno
final de un encuentro, de un cuadro, de un sainete.”
Sigue con el visitante que trae problemas:
“De la barra de Ítalo, guapo de Villa
Crespo,
era el protagonista de la hazaña que
narro.
Lo llamaban El Títere y su oficio
era ponerle llantas a los carros.
Supo que en el Abasto, roncaba otro
pesado,
con corazón de taura y músculos de
atleta.
Una serie de hechos, ya habían
consagrado
a este hombre, al que todos, laman El
Maceta.”
Luego,
Cadícamo, describe el ambiente distendido del lugar para pasar a la tensión:
“Entró El Títere a escena y
semblanteó el ambiente.
Se acercó al mostrador y pidió un
“cañonazo”.
Estaba bien seguro de que él, era un
valiente;
sin embargo temía el gran
encontronazo.”
El
visitante intempestivo pregunta al dueño del local, y ahí sabemos que el Café es
conocido como El Ñato porque ese es el apelativo del propietario:
“Diga patrón ¿cuál es el famoso Maceta?
Y se bebió de un trago el resto de su
vaso.
Y El Ñato, del terror, hizo una
morisqueta
y señaló una mesa que estaba a pocos
pasos.
Se
presenta el taura del otro barrio:
“Se encaminó hacia él y se paró
diciendo:
“soy El Títere y vengo a probar su
importancia”
y el hombre del Abasto le contestó
sonriendo
“y yo soy El Maceta”, y ya tomó
distancia.
´De allá de Villa Crespo, he llegado
atraído
por su cartel de taura que ya se lee
de lejos
y como yo soy guapo, esta noche he
venido
a llevarme su fama o a dejar mi
pellejo´.”
Deciden jugarlo a los naipes:
“La
cafaña del turbio cafetín, los miraba
muda
y emocionada, conversando en voz baja.
Sin
atreverse a nada, porque allí, se jugaba
la
vida de dos tauras, a suerte de baraja.”
Entre “Envido”
y “falta envido” y “quiero”, El Títere saca su revólver y le tira un tiro
entre las piernas a El Maceta para amedrentarlo.
“No
se asustó El Maceta por el fuerte estampido
y
al Títere le dijo: “¿y…? ¡cante compañero!”
Se
levantó El Títere, lo abrazó conmovido
y
un aplauso estruendoso se oyó en el reñidero.
Desde
esa noche histórica fueron grandes amigos.
La
amistad los unió con sus lazos ambles.
Y
ya en sus diversiones o encarando a enemigos,
El
maceta y El Títere fueron inseparables.”
Guapos, cultores a su manera, del honor y del
coraje.
El
Títere, entre la persona y el personaje
Borges toma una leyenda local y la transforma
en visuales versos tal vez recogidos en algún turbio almacén. Por él se sabe
que El Títere se movía en el ámbito orillero de Triunvirato, por lo tanto cerca
del Maldonado. Por Cadícamo sabemos que su oficio al sol era ponerle llantas a
los carros en algún corralón, que por las noches se juntaba con la barra de
Ítalo y solía frecuentar rincones del malevaje de otros barrios. La leyenda
dice que era manco, aunque no quiere decir que le faltara un brazo o mano,
basta con no poder utilizar ese miembro para ser apodado “manco”. Por Borges
que murió de un balazo y “se mudó a un barrio vecino, el de la Quinta del Ñato.”
Quizá, acaso, en 1922 el Pereyra muerto por el
Noy, malevo del Abasto, haya sido el “Manco” Ferreyra, los apellidos se parecen
y pudieron desvirtuarse en la leyenda barrial.
Matar o morir. No son cosas para ir
divulgando, basta con que lo susurren los vecinos del barrio, que el vencedor
lo sepa y el muerto mismo se haya enterado poco antes de morir cuál era el más
guapo.
Los compadritos, “nenes bien”, el “minaje”,
arrabaleros, malevos, guapos, viven en las poesías y en el tango.
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