sábado, 9 de abril de 2022

UNA DE GUAPOS

 

UNA DE GUAPOS

 Por Eduardo Horacio Bolan

Se sostiene, y se sabe, que el malevaje en la Capital Federal tiene su impronta alrededor de comienzos del siglo XX.

Sostengo, como lo hiciera oportunamente el historiador local Cayetano Francavilla, que en el barrio de Villa Crespo y por esos años escasean guapos con cuchillo fácil para hacerlo zigzaguear y destripar al adversario. Podrían amenazarse, desafiarse, pelearse, hasta tajearse pero de allí a matar es otro tema. Matar, aunque sea en reyerta, son cosas mayores. En este caso interviene la policía y sin un padrino importante que aligere la pena, el destino del matador es la cárcel. El ansia de vivir con honor y en libertad es la razón de ser del compadrito y el guapo.

 

Allá por el 20 (del XX)

Ya a comienzos del siglo XX las quintas y huertas de Villa Crespo han sido reemplazadas por fábricas con obreros, comerciantes con sus negocios de múltiples rubros y artistas en todas las habilidades culturales.

A los ya “nativos” se suman los nuevos habitantes, producto de la inmigración que echan raíces y se dedican a trabajar la mayor parte del día. No hay mucho tiempo para actos violentos por el solo hecho de demostrar coraje. Seguramente riñas y altercados por asuntos menores se pueden dar en almacenes de ramos generales, lugares de venta de bebidas alcohólicas, pero sin consecuencias mayores. En los salones de baile son más habituales los enfrentamientos por cuestiones de honor, interviene la policía, unas horas en la comisaría y hasta el próximo encuentro impetuoso.

En otros barrios de la Capital la presencia de guapos en sitios como fondas o cafetines, paralizan a los habituales parroquianos que solo han entrado para haraganear y tomarse una copita de caña o ginebra.

Debo recurrir a lo literario, en especial a lo poético, para ejemplificar esos encontronazos donde dos guapos se trenzan a cuchillo para lidiar por el honor y para demostrar quién es el de mayor coraje.

 

Enrique Cadícamo maestro de la descripción tanguera

De acuerdo a la mirada de Enrique Cadícamo (1900-1999), que nos comparte en varios de sus maravillosos poemas, podemos visualizar lugares de tango como fondines, boliches, prostíbulos, cafés y a sus habitués.

En “El cantor de Buenos Aires” (1936) es el tango donde Cadícamo ofrenda su sentir hacia Carlos Gardel recientemente fallecido (1935). En sus versos nos participa de sus emociones:

 

Dónde estarán los puntos del boliche aquel,
en el que yo cantaba mi primer canción.
y aquellos patios donde pronto conquisté
aplausos tauras, los primeros que escuché.
Dónde estarán Traverso, el Cordobés y el Noy,
El Pardo Augusto, Flores y el Morocho Aldao.
Así empezó mi vuelo de zorzal...
los guapos del Abasto
rimaron mi canción.

 

Cadícamo hace hablar a Carlitos, quien recuerda sus comienzos y rememora “el boliche aquel”. Así hace referencia a la fonda “O´Rondeman”  (en dialecto genovés significa abundancia, ubicada en aquellos tiempos en Humahuaca 3302, esquina con Agüero) que regentea Agustín Traverso (genovés de origen) con sus hijos Constanzo (o Constancio), Alberto “Gigio” (o “Yiyo”), Félix (con apodo “Felicín”) y, remarco, José (alias “Cielito”) estos dos últimos guapos con prontuario policial.

Fachada del Café O´Rondeman


Cielito, nacido en 1873, es el de mayor trayectoria de la familia dentro del malevaje porteño. Su hecho de sangre más recordado es la muerte de Juan Carlos Argerich (apodado El Vidalita”) “un nene bien” devenido en malevo y al que le gusta provocar: “¡El que sea hombre, que me siga!”. En un desafío memorable en un salón de baile en Palermo, cerca de la Nochebuena de 1901, el cuchillo de Cielito termina dentro del cuerpo de El Vidalita. Cosa de guapos. Es apresado, juzgado y condenado. A los dos años recibe el perdón, gracias a las fuertes influencias políticas de su hermano Constancio, temido por ser caudillo en el Abasto del Partido Autonomista Nacional. Pero en hechos de sangre nada es fácil, Cielito debe emigrar al Uruguay.

En 1907 la familia vuelve a sufrir, Felicín participa de un alboroto que se inicia dentro mismo de la fonda familiar que, según el parte policial, termina con la muerte de un tal Francisco Cattadi. Es acusado Felicín (nacido en 1886) del hecho y es declarado culpable y enviado a prisión. Allí muere al poco tiempo sin cumplir los veintiún años de edad.

Pero, a mi entender, Cadícamo al nombrar a Traverso en su poema dentro de los conocidos de Gardel, se está refiriendo a Yiyo, el gran amigo del Morocho del Abasto.

Yiyo Traverso, hombre bonachón de enorme figura física producto de pesar más de 160 kilos, es el que le da de comer gratis a Carlitos en la fonda cuando el futuro Zorzal contaba con dieciséis años y se iniciaba en el canto (se lo considera su padre adoptivo).

El guapo Noy, que está citado en el poema de Cadícamo, tuvo su noche de gloria al vencer a otro malevo, un tal Pereyra, en una noche de 1922.

Sigo con el saber de Enrique Cadícamo. En su “Poema a las calles Suárez y Necochea” (1945), incluído en su obra “Poemas del bajo fondo (Viento que lleva y trae)” publicado en 1964 por la Editorial Peña Lillo, da su opinión tanguera:

 

“Puede decirse entonces que el imperio del tango

fue la Boca, en las calles Suárez y Necochea,

ochava de arrabal de indiscutible rango,

nacida bajo el signo de la semicorchea.

Llegaban de otros barrios visitas importunas:

de Villa Crespo El Títere, guapo de corralones;

del Mercado de Abasto, Cielito, El Noy, Osuna,

y desde La Ensenada caía El Tano Barone.”

 

A los ya conocidos, Cadícamo nombre a un guapo de Villa Crespo, acaso no el único que habrá existido pero seguro el único que trascendió: “El Títere”.

En “Otros tiempos y otros hombres” (1946) amplía la “biografía” de este guapo que no tenía rival en su barrio y debía “caer” a cafetines de otros barrios para hacer valer su hombría:

 

“Yo fui amigo del Maceta

y yo estuve de testigo,

cuando el Títere lo vino

a probar en el café.

Esa noche se encontraron

estos serios enemigos,

y en los naipes y en un truco

se jugaron su cartel.”

 

Borges y El Títere

Jorge Luis Borges (1899-1986), vecino de Palermo, sabe adentrarse en Villa Crespo para ir a la Librería de Manuel Gleizer, donde publica sus primeros títulos y, seguro, “para” en el Almacén de Tacchela (Triunvirato y Canning, actualmente cruce de las avenidas Corrientes y Raúl Scalabrini Ortiz) a tomarse un café o un traguito. Acaso es en esas visitas donde escucha las hazañas de “El Títere”, el apodo con el que es conocido el “Manco” Ferreyra, lugareño del incipiente Villa Crespo.

En su poema “El Títere” (Para las seis cuerdas, 1965), Borges comienza presentado el personaje y el lugar:

 

“A un compadrito le canto
que era el patrón y el ornato
de las casas menos santas
del barrio de Triunvirato.”

 

“Atildado en el vestir
medio mandón en el trato;
negro el chambergo y la ropa,
negro el charol del zapato (…)”


No solo lo describe por su vestimenta y trato sino que luego pasa a mostrarlo hábil con el cuchillo y admirado por las mujeres, todo dicho más que nada literariamente, no quiere decir que fuera así realmente, sino como concepto del personaje. Comienza a rondarle la muerte a nuestro guapo:

“El hombre según se sabe,
tiene firmado un contrato
con la muerte. En cada esquina
lo anda acechando el mal rato.”

La tragedia se cumple:


“Un balazo lo tumbó
en Thames y Triunvirato;
se mudó a un barrio vecino,
el de la Quinta del Ñato.”

 

Sin duda Borges sabe plasmar una época, personas y personajes, situaciones, paisajes urbanos en pocos pero contundentes versos. Y nos deja datos de gran valor.

 

Cadícamo y El Títere

En “El Maceta y El Títere”, otro de los poemas que cubren la “biografía” de nuestro guapo según el conocimiento de Enrique Cadícamo, comienza con un dato interesante. El Ñato es un café ubicado en el Abasto.

 

“Frente al Abasto y allá, en el año siete

en el café de El Ñato, en la calle Anchorena

tuvo lugar una vibrante escena

digno final de un encuentro, de un cuadro, de un sainete.”

 

Sigue con el visitante que trae problemas:

 

“De la barra de Ítalo, guapo de Villa Crespo,

era el protagonista de la hazaña que narro.

Lo llamaban El Títere y su oficio

era ponerle llantas a los carros.

Supo que en el Abasto, roncaba otro pesado,

con corazón de taura y músculos de atleta.

Una serie de hechos, ya habían consagrado

a este hombre, al que todos, laman El Maceta.”

 

Luego, Cadícamo, describe el ambiente distendido del lugar para pasar a la tensión:

 

“Entró El Títere a escena y semblanteó el ambiente.

Se acercó al mostrador y pidió un “cañonazo”.

Estaba bien seguro de que él, era un valiente;

sin embargo temía el gran encontronazo.”

 

El visitante intempestivo pregunta al dueño del local, y ahí sabemos que el Café es conocido como El Ñato porque ese es el apelativo del propietario:

 

“Diga patrón ¿cuál es el famoso Maceta?

Y se bebió de un trago el resto de su vaso.

Y El Ñato, del terror, hizo una morisqueta

y señaló una mesa que estaba a pocos pasos.

 

Se presenta el taura del otro barrio:

 

“Se encaminó hacia él y se paró diciendo:

“soy El Títere y vengo a probar su importancia”

y el hombre del Abasto le contestó sonriendo

“y yo soy El Maceta”, y ya tomó distancia.

´De allá de Villa Crespo, he llegado atraído

por su cartel de taura que ya se lee de lejos

y como yo soy guapo, esta noche he venido

a llevarme su fama o a dejar mi pellejo´.” 

 

Deciden jugarlo a los naipes:

 

“La cafaña del turbio cafetín, los miraba

muda y emocionada, conversando en voz baja.

Sin atreverse a nada, porque allí, se jugaba

la vida de dos tauras, a suerte de baraja.”

 

Entre “Envido” y “falta envido” y “quiero”, El Títere saca su revólver y le tira un tiro entre las piernas a El Maceta para amedrentarlo.

“No se asustó El Maceta por el fuerte estampido

y al Títere le dijo: “¿y…? ¡cante compañero!”

Se levantó El Títere, lo abrazó conmovido

y un aplauso estruendoso se oyó en el reñidero.

Desde esa noche histórica fueron grandes amigos.

La amistad los unió con sus lazos ambles.

Y ya en sus diversiones o encarando a enemigos,

El maceta y El Títere fueron inseparables.”

 

Guapos, cultores a su manera, del honor y del coraje.

 

El Títere, entre la persona y el personaje

Borges toma una leyenda local y la transforma en visuales versos tal vez recogidos en algún turbio almacén. Por él se sabe que El Títere se movía en el ámbito orillero de Triunvirato, por lo tanto cerca del Maldonado. Por Cadícamo sabemos que su oficio al sol era ponerle llantas a los carros en algún corralón, que por las noches se juntaba con la barra de Ítalo y solía frecuentar rincones del malevaje de otros barrios. La leyenda dice que era manco, aunque no quiere decir que le faltara un brazo o mano, basta con no poder utilizar ese miembro para ser apodado “manco”. Por Borges que murió de un balazo y “se mudó a un barrio vecino, el de la Quinta del Ñato.”

Quizá, acaso, en 1922 el Pereyra muerto por el Noy, malevo del Abasto, haya sido el “Manco” Ferreyra, los apellidos se parecen y pudieron desvirtuarse en la leyenda barrial.

Matar o morir. No son cosas para ir divulgando, basta con que lo susurren los vecinos del barrio, que el vencedor lo sepa y el muerto mismo se haya enterado poco antes de morir cuál era el más guapo.

Los compadritos, “nenes bien”, el “minaje”, arrabaleros, malevos, guapos, viven en las poesías y en el tango.

 

 Por Eduardo Horacio Bolan

eduardobolan@gmail.com


 

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