LEOPOLDO MARECHAL Y LA
HISTORIA DE LA CALLE CORRIENTES
Su obra “La Historia de la
calle Corrientes”, no por ser menos difundida es de menor trascendencia. Es el
resultado de una encomienda que le fue propuesta, dado su prestigio.
Marechal y un encargo muy especial
A partir de 1931 la calle Corrientes
angosta comienza a cambiar su fisonomía, en el momento que José Guerrico, por entonces Intendente de la Capital Federal
(1930-1932), da la orden de comenzar el emprendimiento de ensanchar esa calle.
Su continuador en esa tarea es Mariano de
Vedia y Mitre, que ocupa el cargo de Intendente entre 1932 y 1938, siendo
nombrado como tal por el Presidente de la Nación Agustín P. Justo que además de ser político y militar es ingeniero
civil habiéndose recibido en la Universidad de Buenos Aires.
La labor desarrollada por de
Vedia y Mitre es muy vasta, va, por dar un breve listado, desde la construcción
del Hospital Argerich y mejoramientos edilicios de otros nosocomios hasta
concluir con el entubado del Arroyo Maldonado en 1936 y el comienzo del emplazamiento,
sobre esa faena, de una avenida (Juan B. Justo) que en sus inicios es de
tierra. A pesar de esta importante mejora las inundaciones no cesaron hasta
principiar el siglo XXI.
Las obras públicas llevadas a
cabo por este intendente son numerosas pero, sin ser original en mi elección,
la más recordada de este período es la construcción del Obelisco de Buenos
Aires (1936), muy criticada en su momento y que hoy es un ícono de la Ciudad.
Para celebrar a la calle
Corrientes y a su importancia y tradición porteña, de Vedia y Mitre idea y
elabora un homenaje entre histórico, sociológico y literario. Para concretar
este proyecto encomienda la redacción de “Historia de la calle Corrientes” a
Leopoldo Marechal, que ya por esos años es un reconocido (aun antes de publicar
“Adán Buenosayres”) poeta (“Los aguiluchos”, Días como flechas”, “Odas para el
hombre y la mujer”) y literato (publica en revistas como “Proa”, “Martín
Fierro”, diario “El Mundo”).
Voy a dejar que el mismo Leopoldo Marechal nos comente el
encargo que le efectuaron: “En 1936, con motivo del cuarto centenario de la
fundación de Buenos Aires por don Pedro de Mendoza, el entonces intendente
municipal doctor Mariano de Vedia y Mitre me invitó a escribir una Historia de
la calle Corrientes, la cual, aun bajo las piquetas de la demolición, entraba
ya en la última etapa de su ensanche.”
Nuestro escritor duda en
aceptar este cometido ya que no está dentro de su habitual terreno poético y
literario (posteriormente incursionará en lo teatral) donde es reconocido a
nivel nacional e internacional. Este pedido se encuentra más delimitado dentro
del ensayo y, como el mismo título del libro lo adelanta, de la Historia.
Duda el escritor pero acepta,
convencido de que “la calle Corrientes no era para mí, ni para ningún porteño
sensitivo, un tema circunstancial, sino algo así como un escenario de familia
donde mi adolescencia y mi juventud habían cumplido algunos de sus gestos más
vitales.”
“Historia de la calle Corrientes” de Leopoldo Marechal tiene hasta el momento cuatro ediciones. La primera
ve la luz en 1937 y es editada por la Municipalidad de Buenos Aires, luego
vendrá la de Paidós en 1967 y la de Arrabal en 1995. Por último y por ende la
más actual es la realizada por Dunken (2013), edición bilingüe en español e
inglés, un anhelo cumplido de María de los Ángeles Marechal, hija del escritor,
que asimismo realiza allí una bio-cronología de su padre.
Cada edición tiene su
particularidad, lo que la hace especial.
Un equipo de primera
Para hacer realidad esta obra
diferente, según mi opinión, de las que había llevado a cabo en su pluma y de
las que concretaría a lo largo de su vida, obtuvo la colaboración de personas
con una amplia experiencia en cada uno de sus rubros.
Doy paso a Marechal para que
nos lo haga saber: “Invitados amorosamente a la empresa, Guillermo Moores y
Alejo González Garaño (dos porteños de ley) colaboraron con valiosos aportes
(…) Horacio Coppola fotografió la calle en todo el dramatismo de sus
demoliciones y reconstrucciones (…) y Francisco Colombo imprimió la Historia en
su taller.”
Esos “valiosos aportes” son
contribuciones bibliográficas y de gráficos “sobre todo de don Alejo, que
conservaba de la calle finisecular algunos recuerdos personales de gran
frescura”, en el decir de Marechal.
Alejo González Garaño (1877-1946), nacido de una familia
tradicional de la Ciudad con vivienda desde 1811 en esa misma calle Corrientes
(altura 476), es un prestigioso coleccionista de grabados, pinturas,
iconografías, litografías, acuarelas, publicaciones de nuestro pasado nacional
y colonial. También sabe destacarse como articulista sobre arte argentino en
los periódicos de tirada nacional como La Prensa y La Nación. Además es miembro
activo de numerosas instituciones, sociedades
y academias de Historia, numismática, antigüedades, Bellas Artes.
Horacio Coppola (1906-2012), emblema de la fotografía argentina,
supo vivir en la calle Esmeralda pero su nacimiento se produce en esa misma
calle Corrientes al 3060. En sus primeros años de fotógrafo todo despierta su
interés y así quedan reflejados diversos sitios barriales, calles y esquinas,
trabajadores, azoteas, escaleras, calles empedradas, los otrora típicos
carteles publicitarios municipales de color verde, carromatos, sombras de
hombres leyendo el diario, los barcos de La Boca, el reflejo en un charco de
agua de una vivienda en el barrio de Palermo (esta toma le hizo expresar a J.L.
Borges “¡esto es Buenos Aires!”)
No solo Marechal aprovecha del
ojo avizor de Coppola, también Jorge Luis Borges lo elige para la primera
edición de su libro Evaristo Carriego, donde se luce la foto tomada en Juan
Jaurés y Paraguay.
En 1932 Coppola viaja a Berlín.
Se inscribe como alumno en la Bauhaus y traba amistad con Walter Peterhans, del
Departamento de Fotografía de esa Escuela de Arte y Arquitectura. Allí conoce y
comienza un noviazgo con Grete Stern. Ante el implacable avance nazi deciden,
Horacio y Grete, dejar atrás Berlín y pasar a Londres. Horacio es incansable y
decide viajar por Europa, donde frecuenta los ateliers de Marc Chagall y Joan
Miró.
Horacio y Grete se casan y su
destino será Buenos Aires donde seguirán observando y retratando desde sus
cámaras fotográficas.
Con su Leica, cámara de origen
alemán, colgada en su cuello, Coppola camina y plasma la ciudad, sus habitantes
y lugares. Uno de los caminos recurrentes lo llevan por la calle Corrientes desde
Once hasta Chacarita. Su mirada se vuelve poesía en sus fotos.
Francisco Colombo (1878-1953) aprende el oficio de tipógrafo desde
muy joven. Con veinticuatro años instala su propia imprenta en San Antonio de
Areco y al establecimiento le da el nombre de “Colón”, acaso como un juego o
reconocimiento a su propio apellido. Esto trajo, quizá, cierta confusión sobre
qué libros son los editados por él, ya que en algunos colofones figura Colombo
y en otros Colón.
Desde 1929 instala una
sucursal de sus talleres gráficos en Hortiguera 552 de la Capital Federal.
Algunos de los títulos y autores que salen de su imprenta son: “Cuaderno de San
Martín” de Borges y “Papeles de recién venido” de Macedonio Fernández, solo un
par para no abrumar al lector. Aunque sin duda lo más recordado de la imprenta
Colombo son los diferentes libros salidos de su taller con autoría de Ricardo
Güiraldes, “Rosaura” (1922), “Xaimaca” (1923) y en especial el resultado del
pedido que le llegara en 1926. Güiraldes
le entrega a Colombo los manuscritos de “Don Segundo Sombra” y le encarga una
edición de 1.000 ejemplares. Se dice que Colombo, luego de la lectura del
primer capítulo, se entusiasma con la calidad de la obra y por su cuenta y
orden aumenta la tirada al doble. Al mes de haber salido a la venta, julio 1926, se agotan los 2.000
ejemplares.
Es el mismo Marechal que corrobora
la importancia de Colombo como imprentero “que se había iniciado a lo grande
con la edición príncipe de Don Segundo Sombra”.
La Historia de la calle Corrientes
Recorramos esta calle hecha
libro junto a Marechal a través de las páginas que él considera necesarias, “me
propongo trazar una breve historia de la calle Corrientes”.
El compromiso asumido y la
elegancia de nuestro autor se manifiestan desde las páginas iniciales. Su pluma
es ágil y amena. Da detalles pero no se detiene en explicaciones tediosas.
Desde su Introducción y luego capítulo tras capítulo, hasta el consabido
Epílogo, va pergeñando su historia.
Asistimos desde la incógnita del
primer nombre de la vía, “nada sabemos acerca del nombre que tuvo la calle
hasta los comienzos del siglo XVIII”, hasta ser denominada en un documento de
1808 como “calle que pasa por el costado de San Nicolás” Este nombre largo se
debe a que en 1729 se había construido, en un terreno que en la actualidad estaría
ubicado en Corrientes y Carlos Pelligrini, una iglesia bajo la advocación de
San Nicolás de Bari. Con la ampliación de Corrientes, el trazado de la Av. 9 de
Julio y la construcción del Obelisco, esta iglesia es demolida y una nueva es
construída, con ese nombre, en Av. Santa Fe 1352.
Página tras página visitamos
nuestra Historia al asistir al estudio de nuestra vía. Su escasa y por momentos
nula importancia en la Reconquista, la Defensa, Revolución de Mayo. Con los
patriotas nuestra calle pasa a ser la frontera norte de la Ciudad. En 1812,
Bernardino Rivadavia como secretario de Guerra e integrante del Primer
Triunvirato ordena “que la bandera celeste y blanca ondease en la torre de San
Nicolás”.
“En 1826 los cafés y otros
lugares públicos de la calle ya eran teatro de acaloradas disputas”, nos dice
Marechal y nos hace vivir los tiempos de
Rivadavia como Presidente, Rosas, Caseros.
“La calle Corrientes, siempre
tardía, se benefició también, aunque a la larga: no tuvo, como la de Victoria,
el honor de alumbrarse en 1856 con los primeros picos de gas”.
En 1857 la calle, todavía
angosta, se va alargando “más allá de Callao”. Casas de familias tradicionales,
establecimientos de peluquerías, de farmacias, corralones, cocherías de “cupés
y landós del gran mundo”, confiterías, todo esto nos recrea nuestro autor.
No faltan los teatros, los
cafés, hoteles y restaurantes y el muy nombrado y renombrado por Marechal
“Royal Keller”, un bar nocturno ubicado en un sótano de Corrientes y Esmeralda.
Tampoco se olvida del primer ferrocarril argentino cuyos rieles supieron cursar
por Corrientes desde Riobamba “hasta el mercado Once de Septiembre” ni de los
tramways y sus conductores.
En el Epílogo, Marechal, nos
confiesa “que Corrientes fue y continúa siendo “la calle de la noche” (…) un
rito nocturnal que tenía su gallo anunciador del fin en el último tranvía
Lacroze que nos devolvía, si lo pescábamos, a la lejana Villa Crespo.”
Un texto con la fuerza de lo
poético, muy propio de Leopoldo Marechal, donde siempre encuentra esa expresión
entre certera y elegante.
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