UNA ESQUINA EN JUAN B. JUSTO Y CORRIENTES
Conversar
con vecinos sobre el barrio es visualizar lugares y situaciones a través del
tiempo. Es como armar un rompecabezas.
Un sentimiento
En
el año 2021, en el segundo año de la pandemia, Carlos Levín, poeta y gran conocedor del barrio de Villa Crespo, me
presenta a Ricardo Figueroa, vecino
con fuerte raigambre villacrespense.
Muchos
son los temas tratados en las conversaciones con Figueroa sobre ese terruño
llamado barrio: aquellos años del ´60 y ´70 donde la niñez y la juventud todo
lo podían, van surgiendo los negocios comerciales (la mayoría ya no están), las
veredas, los colectivos, la ropa y la moda de entonces, Atlanta con sus equipos
de básquetbol y fútbol y, por supuesto, los cafés.
Todos
son lugares entrañables que siempre están presentes aunque ya no estén, aunque
los busquemos en los sitios donde antes los encontrábamos. También están las
personas, aunque no estén. Inolvidables anécdotas vividas o escuchadas que no
nos cansamos de relatar y que son el hastío de las nuevas generaciones, que ya
tienen sus propias vivencias y dicen que son diferentes, aunque sin duda, en lo
trascendental, son semejantes e incluso iguales.
Reducto porteño
Los
Cafés de Buenos Aires y ¡los cafés de los barrios! A algunos los renombraron con
el agregado de “Café Notable”, otros
quedaron en el olvido pero a la mayoría se los recuerda y se le rinde homenaje,
al menos en la memoria colectiva.
En
una de esas charlas con Figueroa, tratando las décadas mencionadas, famosas por
los vivos colores de las vestimentas, las galerías y la música de Los Beatles, emerge
un recuerdo. De pronto Ricardo dice “…y el Café
El Copetín”
A
mí me “sonaba” ese nombre y de pronto lo recordé, lo había leído en el libro
“Historia de Villa Crespo” (1978) de Cayetano Francavilla.
Me
interesó, mucho más porque había ocupado la esquina que hoy se encuentra,
digamos, vallada y abandonada y que hasta hace varios años atrás funcionaba una
estación de servicio. La alarma por un derrame de nafta hizo que se cerrara.
Sin duda, cuando pase su debido tiempo, será el destino de una nueva construcción
que mejorará la zona.
Ya
en esas décadas de la segunda mitad del siglo XX los cafés habían dejado de ser
espacios frecuentados solo por hombres. Las parejas de novios iban ganando su
lugar y nadie, en su sano juicio, se escandalizaba por ver a una mujer sola en
un Café, aunque algunos por creerse así más hombres la molestaba. Hasta muchos
muchachos se animaban a consumir gaseosas. Había lugares especiales dentro de
los locales, eran los llamados Reservados. Estos sectores daban el aspecto de
mayor privacidad, mayor intimidad, apartados un poco del resto por estructuras de
poco espesor y de metro y medio de altura.
El
Bar, el Café, sitio donde esperar, pasar el rato, tomar un café o un
“traguito”, mirar por la ventana, leer un libro, lugar ideal para comenzar o
seguir conversaciones, y, por qué no, masticar melancolías. También como para
sentirse “como en familia”.
“El Copetín”
Ricardo Figueroa recuerda con simpatía esa esquina de Corrientes y
Juan B. Justo tan querida y grata para sus recuerdos. Vuelve el tiempo atrás
por magia de las remembranzas.
La
salida de la escuela junto a su hermana, caminar por la vereda de numeración
impar de Av. Corrientes. Al 5749 está “El Porteñito” compra-venta de muebles
antiguos, al lado el negocio “La Rosa” y llegando a la esquina, en el 5793 de
Corrientes, se halla “El Copetín”. Allí saluda a Canaro que está en la vereda
en su kiosco de diarios y revistas, a veces acompañado de su hija Adela. Canaro,
siempre tan amable, y que para Ricardo es parte de esa esquina.
A
la vuelta, sobre Juan B. Justo, como yendo a la calle Villarroel, se encuentra
el surtidor de nafta YPF, está en la vereda y es atendido por papá Ricardo (sí,
padre e hijo de igual nombre). Cuando tiene tiempo consume un cafecito en El Copetín junto a sus amigos y a su hermano Luis, que es el
tío Luis, que es fotógrafo y al que Ricardo niño ayuda en el revelado de fotos.
En su vida de adulto Ricardo supo ser fotógrafo profesional de eventos sociales
y deportivos del barrio y muchas de sus tomas fotográficas son de edificios y
calles y tienen su espacio en los dos libros de Francavilla sobre Villa Crespo.
Ricardo,
como todo chico curioso y habilidoso, también sabe ser “ayudante” de su papá en
el surtidor.
Papá
Ricardo tiene otro oficio que es el de enfermero particular y una vocación
amateur que es el dibujo a lápiz, pericia que le sirve para retratar a los
parroquianos del café, sean habitúes u ocasionales.
El
vermuth de los sábados al mediodía es momento propicio de reunión y qué mejor
lugar que El Copetín. Se dan cita los
comerciantes y demás trabajadores cercanos al bar. Una tradición que se
mantiene a través de muchos años.
Donde
termina El Copetín sobre Juan B.
Justo, al 2556, está, en el recuerdo, el negocio El Vitraux y un poquito más allá la fábrica El Changuito, que elabora changuitos, ese carro manual que se
utilizaba en esos años para ir a la feria municipal o a los almacenes.
En
El Vitraux los deudos encargan
imágenes votivas, especialmente de santos y ángeles, para ser colocados en las
bóvedas funerarias de los cementerios, en especial en el de Chacarita. También
las iglesias católicas del barrio les confian pedidos para revestir
determinados lugares sacros. Todo es artesanal, Enrique es el encargado de
confeccionar el dibujo, vaya a saberse cuál sería su inspiración o de dónde
saca las ideas (o de dónde las copiaba). En un momento del proceso “las
imágenes las pasaban por el horno”, rememora Ricardo y ve nuevamente lo que
vieron sus ojos infantiles, para después Don Ramón García enmarcar las imágenes
con plomo.
Con
Ricardo volvemos sobre nuestros pasos pero seguimos suspendidos en esos años
pasados y llegamos nuevamente a la esquina. Entramos a El Copetín. A la derecha el sector de los Reservados, con ventana
sobre Av. Corrientes. Al frente, algunas mesas y el mostrador donde un mozo
recoge los pocillos con café, los platitos y todo lo que le hayan encargado,
quizá al grito de “mozo, un café”. Coloca todo sobre su bandeja y en forma
certera y sin equivocarse acerca el pedido a cada uno de los parroquianos.
A
la izquierda se hallan ¡seis mesas de billar! Es el lugar de recreo para muchos
luego de tanto trajinar en el trabajo y en enfrentar obligaciones, y además
queda cerca de sus hogares.
No
hay necesidad de ir al centro, al Bar Los
36 Billares en Av. de Mayo al 1200,
entre Salta y Santiago del Estero. Hay billares en Villa Crespo, son seis ¡y a
mucha honra!
Los
billares, instalados en aquellos años del ´40 y ´50, donde los hombres asistían
y jugaban con traje de solapas anchas y corbata al tono, muchos con pañuelo en
el bolsillo superior del saco. Todos con sombrero o gorro.
Los
billares brillaron en El Copetín
hasta 1965, aproximadamente.
Luego
esos hombres fueron acompañados al Café por sus familias en los ´60 y ´70 y
después … los tiempos cambian y los comercios y sus rubros también. El Copetín cerró y fue reemplazado por
el Restaurant Parrilla Bariloche.
Historia de esta esquina
Los
recuerdos de Ricardo Figueroa, ese
recomponer imágenes para armar sitios y tiempos, llegan hasta los ´40 pero esta
esquina tiene una historia que nos retrotrae a comienzos del siglo XX.
Antes
de la existencia del Café Bar El Copetín,
negocios anteriores se habían instalado en esa esquina. Memoriosos
sostienen, aunque no hay fechas ciertas, que quizá durante o después de la
primera década del siglo XX, se establece una sastrería. Si así fuera, debió
ser un local con vivienda incluída, nadie se iba a aventurar a inaugurar un
negocio a la calle en esa zona “pegada” al Maldonado. Se especializaba en
prendas de vestir masculinas con estricta terminación a mano, diseñadas para hombres
elegantes. Estimo que las prendas se confeccionaban allí y que eran llevadas a
los señores que vivirían no muy cerca. Para la época, este sector era un suburbio.
Por lo visto no duró mucho tiempo ya que muy pronto hay noticias que en el solar
se inaugura el primer Café. Al estar a orillas del Arroyo Maldonado, lo lógico
es que fuera sitio de malandrines y de gente de “dudosa moralidad”. Acaso,
supongo que para los años ´20 de ese siglo, haya sido uno de los sitios que frecuentaba
el guapo El Títere (sí, el del poema
de Jorge Luis Borges). Con la pronta llegada de los obreros con sus familias,
el Café va dejando de lado su aspecto funesto y pasa a ser más cercano a un Bar
concurrido por trabajadores que se detienen allí para “tomarse algo fuerte” y
recuperar las fuerzas y la autoestima.
Con
nuevos dueños, seguramente, y con el nombre de “Rosedal”, el local toma un cariz
más definido hacia, digamos, lo romántico. Se agregan reservados que, para ser
más discretos dan hacia Juan B. Justo, y es lugar de encuentro de encantadoras
y ocultas citas de parejas.
Llegamos
al ´40 y a El Copetín, luego en los
´70 a la parrilla Bariloche.
Posteriormente se instala una estación de servicio que fuera cerrada por un
problema ya mencionado. Una esquina con tanto movimiento, estimo, a su debido
tiempo será reacondicionada y embellecida.
Hoy
es una esquina que espera.