VILLA CRESPO, ¿BARRIO REO?
“Barrio piringundín,
barrio malevo”, recuerda Celedonio
Flores, “¡Villa Crespo!... barrio reo” le hace decir Alberto Vacarezza a uno de
sus personajes. A pesar de algunos
intentos de poetas y escritores no ha quedado registros, de gran relevancia, de guapos de armas llevar que dejaran su marca en el barrio de Villa Crespo.
“Barrio de contras bravas”. Celedonio Flores
Aquellas quintas,
potreros, talleres de ladrillos de la Circunscripción 15 se transforman en
casitas bajas habitadas por obreros y sus familias. El vecindario es ocupado
por “laburantes” que van a la “Fábrica” o a otros lugares de trabajo, chicos
que caminan cuadras y cuadras para llegar a la escuela, jóvenes que en el mejor
de los casos son aprendices de oficio o jornaleros, señoras que se esmeran por
prepararle platos con comida, aunque sea sopa, a su familia.
Las calles son estrechas,
de tierra, cuando llueve de barro, en algún caso empedradas con el sistema “macadam” como en Rivera altura Avenida Canning.
Son conocidas con nombres de habitantes
del lugar, denominadas en muchos casos con números y después, muy pronto, ya
con nombres propios. Ya es la Parroquia de San Bernardo también llamada por los
rematadores la villa de Crespo.
El paisaje va cambiando
pero quedan arroyos, en especial el “cuneta rea”, el Arroyo Maldonado.
Para esos años de
claroscuro de fin de un siglo y comienzo de otro un joven poeta observa el
barrio, lo vive, y transforma su visión en poesía. Es Celedonio Esteban Flores
(1896-1947). Supo ser, en su juventud, boxeador, en la categoría peso pluma.
Pero sobre todo, poeta (admirador de Rubén Darío) y letrista de tangos. De su
poema “Villa Crespo” extraigo su primera estrofa:
“Barrio piringundín, barrio malevo
donde aprendí a mancar la vida maula
en mis días papusos de purrete
compadrito y piernún, callao y taura.”
Comienza, Celedonio
Flores, señalando a Villa Crespo como lugar de bailes de ínfima categoría, de
mal vivir. Nos dice que aprendió a reconocer la vida engañosa en sus lindos
días de chico que va creciendo. Él mismo se considera compadrito, pendenciero;
piernún, activo, sagaz, listo; callao, es decir piedra moldeada por la erosión
de los ríos y, en nuestro caso, de arroyos. También se dice taura o sea guapo.
En la siguiente estrofa
confirma como etiqueta al barrio en su mirada de poeta:
“Barrio de contras bravas, tus hazañas
que rubricaron fieras puñaladas
deberían saberlas los mocosos
en la escuela tendrán que saberlas.”
Más adelante detalla
lugares y personajes:
“La quinta de la Lunga, los perales
tentación de pandillas malandrasas (…)
La academia San Jorge, la academia…
donde cobraban cinco la bailada.
Si me habré compadriado mis chirolas
despatarrando cortes y quebradas.
El Mocho, el Cachafaz, Pata de Alambre,
David, la Portuguesa y el Lagaña;
Los hermanos Balijas y Fresedo
(El Pibe Paternal, de larga fama).”
Lugares y personajes de aquellos tiempos
En ese detalle que realiza
Celedonio Flores de sitios y personajes, es necesario saber quiénes fueron.
Allí voy:
“La quinta de la Lunga”. Quizá más que una quinta era un conventillo. Estaba
ubicado en la calle Castro Barros 433, barrio de Almagro, y el lugar era
conocido como “María la Lunga”. En décadas pasadas memoriosos que recuerdan de
otros con mucha memoria que eran comunes las riñas entre los asistentes a “lo
de la Lunga”.
Estos evocadores también
aseguran que la Rubia Mireya no es un personaje sino que fue una mujer de carne
y hueso y que se hospedaba en el conventillo de María la Lunga.
“La academia San Jorge”. Este salón de baile estaba ubicado en la calle Thames
583. Es importante destacar que se encontraba en esa calle, ya que ella corre
paralela al Arroyo Maldonado. Esta academia de baile abría sus puertas los
sábados y domingos y, tal como dice Celedonio, la pieza costaba cinco centavos
m/n. Por registros policiales se sabe que allí eran comunes enfrentamientos
entre “gente de mal vivir”.
Celedonio deja bien en
claro que esa es “la academia”, la más importante de todas. No era la única del
barrio, había muchas más. Esos espacios eran conocidos no solo como “academias”
sino también como “patios”y a los
lugares más elegantes se los calificaba “salones”. Otra academia donde había
encontronazos era la ubicada en Canning (Scalabrini Ortiz) 812, a pocos metros
de la esquina con Castillo. Otro “patio” de baile estaba emplazado en Acevedo
130. En la calle Darwin, entre Aguirre y Loyola, estaba situado otro de estos
“patios”, en este caso sí se le puede decir patio ya que estaba a cielo abierto
y lo engalanaba una planta de parra. Luego se mudó a Gurruchaga 574. En estos
últimos casos había que pagar entrada, la cual oscilaba entre 30 centavos m/n
hasta 1,50 pesos m/n. En la mayoría de los casos los hombres aprendían a bailar
tangos con profesores hombres, por lo tanto se bailaba entre hombres. Los
músicos presentes tocaban el bandoneón, la guitarra y en algunos casos el
violín.
Celedonio Flores menciona
personas que casi con seguridad conoció, estos son:
“El Mocho”, “el Cachafaz”, “David”, “La Portuguesa”. Seudónimos de personas verdaderas que existieron y
supieron alegrar a los concurrentes de los bailongos.
El nombre verdadero de “el
Mocho”, llamado así porque le faltaba un dedo, era David Undarz, oriundo de
Avellanada, y su compañera de la vida y de baile era Amelia, con el apelativo
de la Portuguesa. Supieron brillar entre 1915 y 1930 en el entonces cabaret
Royal Pigall (donde también se lucía Tito Lusiardo), ubicado en, la todavía
angosta, Corrientes 825. Funcionaba en el vestíbulo del Teatro Royal, que en 1924 sería renombrado Tabarís.
El
tango “Milonguita” con letra de Samuel Linning dice:
“Esthercita
hoy te llaman Milonguita
flor de noche y de placer
flor de lujo y cabaret (…)
Cuando sales por la
madrugada
Milonguita, de aquel
cabaret (…)”
Los
estudiosos de las letras de tango aseguran que el cabaret que se hace mención es
el Royal Pigall.
“El Cachafaz”. En lunfardo quiere decir
pícaro, sinvergüenza, bribón. Su verdadero nombre era Ovidio José Bianquet
(1882-1942) y había nacido en el barrio porteño de Boedo. Es el mayor exponente
del bailarín compadrito porteño, supe brillar tanto en esta ciudad como en
París.
“El Lagaña”.
Fue uno de los pseudónimos de Anselmo Aieta (1896-1964), compositor y
bandoneonista, autor de tangos como “Siga el Corso” y el vals criollo “Palomita
Blanca”.
“Los hermanos Balijas”. Eran tres hermanos, de apellido Servidio, que Villa
Crespo los acunó al nacer. El mayor fue Luis (1895-1961) y luego vendría José
(1900-1969) el más famoso y el de mayor actuación de los hermanos. Por último
se incorporaría el menor, Alfredo. El apodo Balija se lo ganó José ya que
portaba su bandoneón en una valija… tan grande como él. José fue compañero en
sus inicios de “El Lagaña” Aieta; integró muchas orquestas, entre ellas las de
Osvaldo Fresedo.
“Fresedo (El Pibe Paternal)”. Se refiere al compositor y director de orquesta de
tango Osvaldo Nicolás Fresedo (1897-1984), nacido en el barrio de La Paternal.
Celedonio Flores, en el
mencionado poema “Villa Crespo”, también nombra a “El Café Venturita”, ubicado en ese barrio donde actuaba el trío
compuesto por Francisco Canaro (violín),
Augusto Berto (bandoneón) y Domingo Salerno (guitarra). Además recuerda: “Los matinés y los bailes de Peracca”
Salón Peracca. Enrique Cadícamo
En 1890 se había instalado
el “Salón Villa Crespo” donde eran frecuentes las reuniones culturales. Al
comprar José Peracca este establecimiento cambia su denominación, será “Salón
Peracca”, y su objeto social, pasa a ser salón de bailes, especialmente de
tango.
Enrique Cadícamo escribió
el poema “Salón Peracca” donde, como dato al margen, menciona que el
bandoneonista que amenizaba la velada era “Mascarita”. Con este apodo era
conocido el hermano de Paquita “La Flor de Villa Crespo” Bernardo.
En diversas estrofas, Cadícamo, relata un hecho policial, con muerte incluída, ocurrido en el Peracca. Lo sintetizo:
“(…) que a la entrada
eran palpados de arma,
siempre había alguna alarma
porque alguno se zafaba.
Volaban sillas y mesas (…)
La noche, cuando aquel mozo,
mató de un tiro al ladrón,
no lo hizo de matón
ni tampoco de alevoso.
El ladrón, a quien llamaban
El Rana, de sobrenombre (…)
sacó un revólver
pero el rival, le ganó,
sacó también y apuntó
un balazo tan medido,
que el ladrón quedó tendido
y ni un suspiro exhaló.”
Otro poema de Enrique
Cadícamo, “El Maceta y El Títere”, detalla otro encontronazo entre guapos.
“De la barra de Ítalo, guapo de Villa Crespo,
era el protagonista de la hazaña que narro.
Lo llamaban El Títere y su oficio
era ponerle llantas a los carros.
Supo que en el Abasto, roncaba otro pesado,
con corazón de taura y músculos de atleta.
Una serie de hechos, ya habían consagrado
a este hombre, al que todos, laman El Maceta.
´De allá de Villa Crespo, he llegado atraído
por su cartel de taura que ya se lee de lejos
y como yo soy guapo, esta noche he venido
a llevarme su fama o a dejar mi pellejo´ (…).”
En esta ocasión, luego de
las presentaciones amenazantes y de los consabidos desafíos, esta vez a la
baraja, y disparo de por medio, concluye en amistad. Esta, sin duda, es una
historia auténtica.
El cuchillo. Borges
El compañero casi
exclusivo de los guapos es el cuchillo. Jorge Luis Borges lo retrató y le dio
protagonismo en numerosas ocasiones, como en su cuento “El Sur” (Ficciones,
1944), también en numerosos poemas pero no voy a abrumar al lector, cito solo
un par:
“Dónde estará el malevaje
que fundó en polvorientos callejones
de tierra o en perdidas poblaciones
la secta del cuchillo y del coraje?
¿Dónde estarán aquellos que pasaron,
dejando a la epopeya un episodio,
una fábula al tiempo, y que sin odio,
lucro o pasión de amor se acuchillaron”
(El Tango, “Sur”, 1958;
Recopilado en “El otro, el mismo”, 1964)
En la “Milonga de Jacinto
Chiclana” nos dice:
“algo se dijo también
de una esquina y de un cuchillo (…)
el choque de hombres o sombras
y esa víbora, el cuchillo.”
¿Barrio reo?
Variados poetas, muchos
poemas pero ¿Villa Crespo, fue barrio de malevos?
Nos imaginamos a los
guapos orilleros. Celedonio Flores seguramente los habrá visto en algunos
piringundines de la calle Thames, cercana al Arroyo Maldonado (“cuneta rea” lo
apodó), que para los vecinos villacrespenses, o quizá para los poetas, de fines
del XIX era como la orilla, lo marginal.
No han quedado registros
de duelos a cuchillo entre guapos, en la Circunscripción 15 o en la Parroquia
de San Bernardo. Que no haya registro no quiere decir que no hayan existido. Los
habrá habido, porque, claro, “nunca faltan encontrones cuando el pobre se divierte”,
le hacía decir José Hernández al Sargento Cruz, personaje de “El Gaucho Martín Fierro”
(1872). Esta expresión se repite casi idéntica, “Nunca faltan encontrones
cuando un pobre se divierte”, en el tango “Tres amigos” con letra y música de
Enrique Cadícamo.
Seguramente el malevo que
más ha perdurado en la memoria villacrespense, el más conocido, es el personaje
creado por Alberto Vacarezza para su sainete “El Conventillo de la Paloma”. Es
el malevo “Villa Crespo” que nos dice:
“¡Villa Crespo!... barrio reo
el de las calles estrechas
y las casitas mal hechas
que eras lindo por lo feo (…)”
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