viernes, 4 de junio de 2021

 

VILLA CRESPO, ¿BARRIO REO?

  Por Eduardo Horacio Bolan

 

“Barrio piringundín, barrio malevo”,  recuerda Celedonio Flores, “¡Villa Crespo!... barrio reo” le hace decir Alberto Vacarezza a uno de sus personajes.  A pesar de algunos intentos de poetas y escritores no ha quedado registros, de gran relevancia, de guapos de armas  llevar que dejaran su marca en el barrio de Villa Crespo.

 

“Barrio de contras bravas”. Celedonio Flores

Aquellas quintas, potreros, talleres de ladrillos de la Circunscripción 15 se transforman en casitas bajas habitadas por obreros y sus familias. El vecindario es ocupado por “laburantes” que van a la “Fábrica” o a otros lugares de trabajo, chicos que caminan cuadras y cuadras para llegar a la escuela, jóvenes que en el mejor de los casos son aprendices de oficio o jornaleros, señoras que se esmeran por prepararle platos con comida, aunque sea sopa, a su familia.

Las calles son estrechas, de tierra, cuando llueve de barro, en algún caso empedradas con el sistema  “macadam” como en Rivera altura Avenida Canning. Son  conocidas con nombres de habitantes del lugar, denominadas en muchos casos con números y después, muy pronto, ya con nombres propios. Ya es la Parroquia de San Bernardo también llamada por los rematadores la villa de Crespo.

El paisaje va cambiando pero quedan arroyos, en especial el “cuneta rea”, el Arroyo Maldonado.

Para esos años de claroscuro de fin de un siglo y comienzo de otro un joven poeta observa el barrio, lo vive, y transforma su visión en poesía. Es Celedonio Esteban Flores (1896-1947). Supo ser, en su juventud, boxeador, en la categoría peso pluma. Pero sobre todo, poeta (admirador de Rubén Darío) y letrista de tangos. De su poema “Villa Crespo” extraigo su primera estrofa:

“Barrio piringundín, barrio malevo

donde aprendí a mancar la vida maula

en mis días papusos de purrete

compadrito y piernún, callao y taura.”

Comienza, Celedonio Flores, señalando a Villa Crespo como lugar de bailes de ínfima categoría, de mal vivir. Nos dice que aprendió a reconocer la vida engañosa en sus lindos días de chico que va creciendo. Él mismo se considera compadrito, pendenciero; piernún, activo, sagaz, listo; callao, es decir piedra moldeada por la erosión de los ríos y, en nuestro caso, de arroyos. También se dice taura o sea guapo.

En la siguiente estrofa confirma como etiqueta al barrio en su mirada de poeta:

“Barrio de contras bravas, tus hazañas

que rubricaron fieras puñaladas

deberían saberlas los mocosos

en la escuela tendrán que saberlas.”

Más adelante detalla lugares y personajes:

“La quinta de la Lunga, los perales

tentación de pandillas malandrasas (…)

La academia San Jorge, la academia…

donde cobraban cinco la bailada.

Si me habré compadriado mis chirolas

despatarrando cortes y quebradas.

El Mocho, el Cachafaz, Pata de Alambre,

David, la Portuguesa y el Lagaña;

Los hermanos Balijas y Fresedo

(El Pibe Paternal, de larga fama).”

Celedonio Flores 

Lugares y personajes de aquellos tiempos

En ese detalle que realiza Celedonio Flores de sitios y personajes, es necesario saber quiénes fueron. Allí voy:

“La quinta de la Lunga”. Quizá más que una quinta era un conventillo. Estaba ubicado en la calle Castro Barros 433, barrio de Almagro, y el lugar era conocido como “María la Lunga”. En décadas pasadas memoriosos que recuerdan de otros con mucha memoria que eran comunes las riñas entre los asistentes a “lo de la Lunga”.

Estos evocadores también aseguran que la Rubia Mireya no es un personaje sino que fue una mujer de carne y hueso y que se hospedaba en el conventillo de María la Lunga.

“La academia San Jorge”. Este salón de baile estaba ubicado en la calle Thames 583. Es importante destacar que se encontraba en esa calle, ya que ella corre paralela al Arroyo Maldonado. Esta academia de baile abría sus puertas los sábados y domingos y, tal como dice Celedonio, la pieza costaba cinco centavos m/n. Por registros policiales se sabe que allí eran comunes enfrentamientos entre “gente de mal vivir”.

Celedonio deja bien en claro que esa es “la academia”, la más importante de todas. No era la única del barrio, había muchas más. Esos espacios eran conocidos no solo como “academias” sino también como  “patios”y a los lugares más elegantes se los calificaba “salones”. Otra academia donde había encontronazos era la ubicada en Canning (Scalabrini Ortiz) 812, a pocos metros de la esquina con Castillo. Otro “patio” de baile estaba emplazado en Acevedo 130. En la calle Darwin, entre Aguirre y Loyola, estaba situado otro de estos “patios”, en este caso sí se le puede decir patio ya que estaba a cielo abierto y lo engalanaba una planta de parra. Luego se mudó a Gurruchaga 574. En estos últimos casos había que pagar entrada, la cual oscilaba entre 30 centavos m/n hasta 1,50 pesos m/n. En la mayoría de los casos los hombres aprendían a bailar tangos con profesores hombres, por lo tanto se bailaba entre hombres. Los músicos presentes tocaban el bandoneón, la guitarra y en algunos casos el violín.

Celedonio Flores menciona personas que casi con seguridad conoció, estos son:

“El Mocho”, “el Cachafaz”, “David”, “La Portuguesa”. Seudónimos de personas verdaderas que existieron y supieron alegrar a los concurrentes de los bailongos.

El nombre verdadero de “el Mocho”, llamado así porque le faltaba un dedo, era David Undarz, oriundo de Avellanada, y su compañera de la vida y de baile era Amelia, con el apelativo de la Portuguesa. Supieron brillar entre 1915 y 1930 en el entonces cabaret Royal Pigall (donde también se lucía Tito Lusiardo), ubicado en, la todavía angosta, Corrientes 825. Funcionaba en el vestíbulo del Teatro Royal,  que en 1924 sería renombrado Tabarís.

El tango “Milonguita” con letra de Samuel Linning dice:

“Esthercita

hoy te llaman Milonguita

flor de noche y de placer

flor de lujo y cabaret (…)

Cuando sales por la madrugada

Milonguita, de aquel cabaret (…)”

Los estudiosos de las letras de tango aseguran que el cabaret que se hace mención es el Royal Pigall.

 “El Cachafaz”. En lunfardo quiere decir pícaro, sinvergüenza, bribón. Su verdadero nombre era Ovidio José Bianquet (1882-1942) y había nacido en el barrio porteño de Boedo. Es el mayor exponente del bailarín compadrito porteño, supe brillar tanto en esta ciudad como en París.



“El Lagaña”. Fue uno de los pseudónimos de Anselmo Aieta (1896-1964), compositor y bandoneonista, autor de tangos como “Siga el Corso” y el vals criollo “Palomita Blanca”.

“Los hermanos Balijas”. Eran tres hermanos, de apellido Servidio, que Villa Crespo los acunó al nacer. El mayor fue Luis (1895-1961) y luego vendría José (1900-1969) el más famoso y el de mayor actuación de los hermanos. Por último se incorporaría el menor, Alfredo. El apodo Balija se lo ganó José ya que portaba su bandoneón en una valija… tan grande como él. José fue compañero en sus inicios de “El Lagaña” Aieta; integró muchas orquestas, entre ellas las de Osvaldo Fresedo.

“Fresedo (El Pibe Paternal)”. Se refiere al compositor y director de orquesta de tango Osvaldo Nicolás Fresedo (1897-1984), nacido en el barrio de La Paternal.

Celedonio Flores, en el mencionado poema “Villa Crespo”, también nombra a “El Café Venturita”, ubicado en ese barrio donde actuaba el trío compuesto por  Francisco Canaro (violín), Augusto Berto (bandoneón) y Domingo Salerno (guitarra). Además recuerda: “Los matinés y los bailes de Peracca”

 


Salón Peracca. Enrique Cadícamo

En 1890 se había instalado el “Salón Villa Crespo” donde eran frecuentes las reuniones culturales. Al comprar José Peracca este establecimiento cambia su denominación, será “Salón Peracca”, y su objeto social, pasa a ser salón de bailes, especialmente de tango.

Enrique Cadícamo escribió el poema “Salón Peracca” donde, como dato al margen, menciona que el bandoneonista que amenizaba la velada era “Mascarita”. Con este apodo era conocido el hermano de Paquita “La Flor de Villa Crespo” Bernardo.


En diversas estrofas, Cadícamo, relata un hecho policial, con muerte incluída, ocurrido en el Peracca. Lo sintetizo:

“(…) que a la entrada

eran palpados de arma,

siempre había alguna alarma

porque alguno se zafaba.

Volaban sillas y mesas (…)

La noche, cuando aquel mozo,

mató de un tiro al ladrón,

no lo hizo de matón

ni tampoco de alevoso.

El ladrón, a quien llamaban

El Rana, de sobrenombre (…)

sacó un revólver

pero el rival, le ganó,

sacó también y apuntó

un balazo tan medido,

que el ladrón quedó tendido

y ni un suspiro exhaló.”

Otro poema de Enrique Cadícamo, “El Maceta y El Títere”, detalla otro encontronazo entre guapos.

“De la barra de Ítalo, guapo de Villa Crespo,

era el protagonista de la hazaña que narro.

Lo llamaban El Títere y su oficio

era ponerle llantas a los carros.

Supo que en el Abasto, roncaba otro pesado,

con corazón de taura y músculos de atleta.

Una serie de hechos, ya habían consagrado

a este hombre, al que todos, laman El Maceta.

´De allá de Villa Crespo, he llegado atraído

por su cartel de taura que ya se lee de lejos

y como yo soy guapo, esta noche he venido

a llevarme su fama o a dejar mi pellejo´ (…).”

En esta ocasión, luego de las presentaciones amenazantes y de los consabidos desafíos, esta vez a la baraja, y disparo de por medio, concluye en amistad. Esta, sin duda, es una historia auténtica.

 

El cuchillo. Borges

El compañero casi exclusivo de los guapos es el cuchillo. Jorge Luis Borges lo retrató y le dio protagonismo en numerosas ocasiones, como en su cuento “El Sur” (Ficciones, 1944), también en numerosos poemas pero no voy a abrumar al lector, cito solo un par:

“Dónde estará el malevaje

que fundó en polvorientos callejones

de tierra o en perdidas poblaciones

la secta del cuchillo y del coraje?

¿Dónde estarán aquellos que pasaron,

dejando a la epopeya un episodio,

una fábula al tiempo, y que sin odio,

lucro o pasión de amor se acuchillaron”

(El Tango, “Sur”, 1958; Recopilado en “El otro, el mismo”, 1964)

En la “Milonga de Jacinto Chiclana” nos dice:

“algo se dijo también

de una esquina y de un cuchillo (…)

el choque de hombres o sombras

y esa víbora, el cuchillo.”

 

¿Barrio reo?

Variados poetas, muchos poemas pero ¿Villa Crespo, fue barrio de malevos?

Nos imaginamos a los guapos orilleros. Celedonio Flores seguramente los habrá visto en algunos piringundines de la calle Thames, cercana al Arroyo Maldonado (“cuneta rea” lo apodó), que para los vecinos villacrespenses, o quizá para los poetas, de fines del XIX era como la orilla, lo marginal.

No han quedado registros de duelos a cuchillo entre guapos, en la Circunscripción 15 o en la Parroquia de San Bernardo. Que no haya registro no quiere decir que no hayan existido. Los habrá habido, porque, claro, “nunca faltan encontrones cuando el pobre se divierte”, le hacía decir José Hernández al Sargento Cruz, personaje de “El Gaucho Martín Fierro” (1872). Esta expresión se repite casi idéntica, “Nunca faltan encontrones cuando un pobre se divierte”, en el tango “Tres amigos” con letra y música de Enrique Cadícamo.

Seguramente el malevo que más ha perdurado en la memoria villacrespense, el más conocido, es el personaje creado por Alberto Vacarezza para su sainete “El Conventillo de la Paloma”. Es el malevo “Villa Crespo” que nos dice:

“¡Villa Crespo!... barrio reo

el de las calles estrechas

y las casitas mal hechas

que eras lindo por lo feo (…)”

 


 

 

 

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