SOBRE EL EMPEDRADO Y ADOQUINES
En época del Virreynato
Antes de 1776 la hoy
Ciudad de Buenos Aires era apenas un caserío, con calles de tierra que se
anegaban por efecto de la lluvia. Con el advenimiento de la designación, por
parte de la Corona, como capital virreinal, Buenos Aires obtenía el más alto
título administrativo que una ciudad de ultramar podía alcanzar. Así pasó a ser
una Gran Aldea.
Ya con el Virrey
Juan José de Vértiz y Salcedo (1778-1784) se da el primer paso importante para
mejorar el estado deplorable de las arterias, que se convertían en lodazales
con las lluvias y dificultaban el tránsito de caballos y bueyes y también de
los pocos transeúntes.
Los vecinos más
adinerados que eran los que integraban el Cabildo, se propusieron mejorar el
desplazamiento por las calles. Solicitaron y lograron ante ese organismo
público que sean traídas piedras desde Colonia del Sacramento, del otro lado
del Río, ya que por estas costas no existía en abundancia ese mineral.
Años después, el
Regidor Miguel de Azcuénaga, que en años posteriores sería de destacada
actuación en las Invasiones Inglesas y en los acontecimientos que derivaron en
el 25 de Mayo de 1810, logró que sean traídas más piedras, pero esta vez desde
la isla Martín García. Entre los años de 1790 a 1796, siendo Virrey Nicolás de
Arredondo, se empedraron treinta y seis calles.
Azcuénaga no se
detenía ante impedimentos administrativos y al nuevo Virrey Pedro Melo de
Portugal y Villena le solicitó que los beneficios económicos que se obtuvieran
de dos corridas de toros sean destinados a la continuidad de las obras del
empedrado iniciadas por su antecesor.
La arqueología
urbana da fe de lo antedicho, corroborando lo extraído de las Actas del Cabildo
por historiadores de nuestra ciudad.
Excavaciones e
investigaciones realizadas en este siglo XXI dan cuenta de la veracidad de las
Actas al encontrar esos empedrados debajo del actual pavimento en muchas de las
calles del “centro de la Ciudad” de aquel entonces, por ejemplo la arteria
Bolívar.
La actual Bolívar
es de las designadas como “calles históricas”. Su existencia se remonta hacia
1738, cuando se la conocía con otra denominación. Entre 1769 y 1808 llevó el
nombre religioso de “Santísima Trinidad”. Bolívar fue la primera arteria que se
empedró, siendo el 12 de diciembre de 1780 la fecha de la disposición del
Virrey.
Por estudios
comparativos se puede determinar cuáles son de la isla Martín García y cuáles
de Colonia (hoy República del Uruguay).
Paralización de las obras del empedrado
A comienzos de la
gobernación de Martín Rodríguez (1821-1824) se completó el empedrado de lo que
en esos años se conocía como la ciudad de Buenos Aires, bajo las directivas de
su ministro Bernardino Rivadavia.
Debieron
transcurrir tres décadas o más de ese siglo XIX para que los gobiernos
reconsideraran ampliar el mejoramiento de las arterias.
Los trastornos
que se ocasionaban producto de las precipitaciones hacían dificultoso el
tránsito en las calles y caminos que no estaban empedrados. Ahí nomás, cerca
del “centro”.
Transitar por ese
Buenos Aires pequeño, de pocas calles, no era sencillo con esas piedras
irregulares del empedrado o esos caminos de lodo. Ir a las quintas a unos pocos
kilómetros para proveerse los porteños de verduras y vegetales era toda una
proeza muy costosa, en lo económico y en el tiempo que demandaba.
Existían especies
de puentes para cruzar determinadas calles o vías profundas. En Villa Crespo
todavía se recuerda al del Camino de Moreno emplazado en la actual Warnes para
cruzar el Arroyo Maldonado.
Por supuesto no
era esta la gran solución, solo un paliativo.
El sistema del pavimento macadam en el hoy Villa Crespo
Ese primer
pavimento constituído por piezas de piedra de formas y tamaños varios eran
colocados sobre arena, traída del rio, o directamente sobre la tierra. Con las
lluvias nuestro suelo porteño cedía y las piedras se hundían con el trajinar de
las carretas. Había que volverlas a colocar o quedaban así y era muy
dificultoso transitar.
Se reemplazó este
método, en la década de 1890, por uno utilizado en Turín, Italia. Eran losas de
granito de unos 50 cms. de ancho y 1,30 m. de largo. Con el uso de los carros
se desplazaban y hacían la vía intransitable.
En parajes
“lejanos” del centro porteño, por ejemplo Villa Crespo, se había comenzado a
utilizar, hacia fines del siglo XIX, el sistema denominado “macadam”, conocido
así por ser un invento del escocés John McAdam constructor de carreteras. Este
sistema, que ya se utilizaba en Estados
Unidos desde 1823, consistía en colocar piedras de cantera machucadas y
trituradas compactas y parejas.
Para la Ciudad de
Buenos Aires era muy costosa su construcción y conservación ya que no teníamos
piedras y por características de nuestro suelo. Para su perfecta conservación
debía regarse con agua para que no levante polvo, pero no mucho riego ya que si
era excesivo se corría peligro que la tierra se transforme en barro.
En el año 1898 la
Revista Técnica de Ingeniería, Arquitectura, Minería, Industria y Electrónica
dirigida por Enrique Chanourdie indicaba lo costoso y poco eficiente de este
método de pavimento en nuestro suelo porteño:
“También se empleó el mac-adam en ciertos
caminos como los que conducen á Flores, Belgrano y Palermo (…) no se evita el
desgaste en la parte superior y por consiguiente la conservación permanente que
hay que hacer, sin lo cual se destruye rápidamente como sucedió en la calle
Rivera de la Avenida Canning hacia el oeste”.
En denominaciones actuales es la interjección de la Av.
Córdoba y Av. Raúl Scalbrini Ortiz.
El adoquín reemplaza al empedrado
El advenimiento
de los “tramways” hacia 1872 hizo que fuera menester mejorar el trazado de las
arterias. Para esto se recurrió a unos pequeños bloques rectangulares de
granito.
La Municipalidad
encomendó (obligó) a los concesionarios de los tramways a colocar esos
adoquines en las calles donde circularan sus líneas.
El empedrado
había sido muy útil cien años atrás, pero la nueva ciudad de 1880 se extendía y
llegaba a parajes inhóspitos. Había que mejorar los caminos para conseguir los
objetivos no ya en carretas y en días, sino en transportes modernos como los
tranvías tirados por caballos y llegar solo en pocas horas.
El empedrado eran capas de piedras que cubrían el suelo, la
tierra.
El adoquín es algo más trabajado, es una piedra labrada en
forma de prisma rectangular para la pavimentación de calles. Hacía el terreno
más parejo para transitarlo.
Con los adoquines, los tranvías tracción a sangre podían
llegar a lugares lejanos (del llamado centro porteño) y difíciles de acceder
como los actuales barrios de La Boca, Barracas y, por qué no, alcanzar esos
terrenos del Partido de Flores y Belgrano, llegar a Villa Crespo, Chacarita,
Belgrano, Núñez.
En la ya mencionada Revista Técnica, donde escribían
artículos diversos ingenieros tales como Francisco Seguí, Luis A. Huergo, Juan
Pirovano, Otto Krause, Ángel Gallardo y muchos más, el Ing. Carlos M. Morales opina
que el mejor para nuestra ciudad es el adoquinado llamado “inglés”.
Este tipo de adoquín fue el utilizado por el Intendente de la
Ciudad de Buenos Aires Don Tocuato de Alvear (1883-1887) durante su gestión.
En 1893 se colocó el adoquinado de granito con base de
concreto, mejor a los todos los anteriores en todos los sentidos, no presentaba
desgaste en el uso ni el peligroso deslizamiento al transitarlo.
En los barrios apartados y con menor tráfico, como el caso de
la calle Rioja (hoy La Rioja) en el barrio de Balvanera hacia Parque Patricios
y, con total seguridad, los recién anexados partidos de Flores y Belgrano, el
adoquín que se utilizó fue el granito con base de hormigón (más económicos pero
igual de duraderos).
El pavimento que no dio resultado positivo fueron los
adoquines de madera, había que cambiarlos a los pocos años, solo era
aconsejable los confeccionados con algarrobo.
También a fines del siglo XIX se empleaba el pavimento de
asfalto, aunque no era aconsejable por su alto costo y fácil deslizamiento al
transitarlo.
El adoquín, hoy
Si es de nuestro gusto hoy podemos adquirir adoquines, por
internet si no queremos movernos mucho, ya sea de piedra, de madera.
Lo podemos utilizar para hacer más vistosa la entrada al
inmueble (hogar) o a los ambientes que sean de nuestro agrado (jardín, quincho),
ya sean rústicos o de la variedad que elijamos. Es un accesorio más de
decoración, en definitiva.
Para los nostálgicos que extrañan en todas las arterias el
afirmado con adoquines, siempre tendrán alguna calle que los conserve. Muchas
veces se encuentran debajo del pavimento de asfalto o quizá ya no estén porque
alguien los vendió.
Esos adoquines por lo que tantas veces hemos caminado están
presentes, al menos en nuestra memoria.
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